Diario de Sevilla

TARANTELA

- CARMEN CAMACHO

EN 1962, Gianfranco Mingozzi, asistente de dirección de Fellini, en colaboraci­ón con el etnógrafo Ernesto de Martino, rueda un documental acerca del tarantismo, afección cuyo origen las gentes atribuían a la picadura de la tarántula, que provocaba malestar general, histeria convulsiva y algo así como epilepsia. En realidad, su origen era social –se trataba de una reacción psicosomát­ica ante las penosas condicione­s de vida– y su cura también lo era: en Italia, el remedio al tarantismo fue la tarantela (la jota acelerada, en el caso de Aragón), una música y un baile que los vecinos interpreta­ban juntos para hacer sanar al enfermo. Funcionaba.

La enfermedad que ahora nos atenaza es de otro origen –vírico y posiblemen­te derivada de habernos cargado la biodiversi­dad, como explica el científico del CSIC Fernando Valladares–. Su remedio, el confinamie­nto, está teniendo graves efectos secundario­s en el cuerpo social y en el alma de las gentes. Podría ser de otro modo: como con el tarantismo, la solución a los males derivados del Covid19 (crisis económica, mayor desigual

La sociedad –plural, ajena al marketing político, colaborado­ra– ha de ser el remedio, no la enfermedad

dad social, trastornos en el modelo docente, duelos sin duelo…) también están en la comunidad misma, en la auténtica red social –que no es Instagram–, en la colaboraci­ón y la solidarida­d, en saber y hacer saber que no estamos solos. Pues bien, el bálsamo de lo colectivo ha sido lo primero que la estrategia política del cuanto peor, mejor se ha encargado de envenenar en los ámbitos nacional y autonómico, y se lo estamos consintien­do. Hay gente que da más miedo que el virus. Los mismos que hace dos semanas aplaudían juntos e emocionado­s al personal sanitario, ahora se cruzan por la calle y se asestan un banderazo. La ultraderec­ha campeadora enarbola la unidad de España para intentar romper la unidad de los españoles ante la pandemia –que no ante el Gobierno, que a veces interesada­mente se confunden–.

Era verdad que la desescalad­a es más difícil que el confinamie­nto. Comparecen, en circunstan­cias inéditas, la libertad, los vínculos, la responsabi­lidad, la ética. Hay quien no sabe qué hacer con todo eso. En el poder económico, hay unas ganas locas de que las cosas recobren la velocidad de vértigo y la horma de antes. En el mundo entero, las posturas netamente cerriles e irracional­es ganan cancha. Pintan bastos. La sociedad –plural, ajena al marketing político, colaborado­ra– ha de saber que puede ser el remedio, no la enfermedad. No deje de sonar la tarantela.

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