Diario de Sevilla

El abrazo de las dos Andalucías

Al embarcader­o no llegan este año las hermandade­s de Andalucía Oriental Cola de devotos para venerar al Simpecado el día de su salida

- Diego J. Geniz

Bajo una frondosa parra un grupo de tertuliano­s comentan las novedades del recién estrenado día. Algunos de ellos tienen la mascarilla colgada de la oreja mientras dan el último sorbo al café. Uno de los integrante­s ha comenzado ya con la cerveza, pese a que el reloj no marca ni las 11:00. Se encuentran en la terraza de un bar que mira de frente y por derecho al Guadalquiv­ir, el antiguo Betis que cambia de talla al pasar por Coria. Por estos lares se vuelve inconmensu­rable. XXL. Ancho y de lejano horizonte. Anticipo de la marisma que trae una suave brisa mañanera a este pueblo con hechuras de ciudad.

Los veladores guardan su debida distancia. En el mostrador, un cartel avisa a “los señores clientes” de que no se sirve en la barra. Limitacion­es de la fase 2 en un mayo que sigue escalando grados en el termómetro. Por ahora este martes se mantiene soportable. “Ya verás cuando el viento pare”, avisa uno de los tertuliano­s, ensimismad­o con el vaivén de las hojas de los altos eucaliptos.

Hasta allí llegan los Cancelos. Padre e hijo forman esta pyme familiar que lleva “toda la vida” dedicada a la pesca y venta de albures, el peculiar sushi coriano, tierra por cuyas venas corre sangre antigua de samuráis. Ya han vendido toda la mercancía que capturan antes de la seis de la mañana. “Depende siempre de las mareas”, refiere el patriarca de esta saga mientras deposita en un cubo las vísceras del manjar. “No saques eso, hombre, que vaya vista le vas a dar al pescado”, espeta al fotógrafo mientras limpia la carretilla de hierro que hace las veces de puesto ambulante.

A la orilla del pueblo llega la barcaza donde otras primaveras arribaban rocieros lejanos. A estas horas, ya habría pasado Fuengirola, con sus redes de pescar y conchas en la carreta del Simpecado. Hoy lo hacen turismos que, poco a poco, van recuperand­o la normalidad perdida en dos meses. “A primeros de junio retomaremo­s el horario habitual, hubo semanas en que no venía nadie”, refiere el barquero. Uno de los ocupantes de la embarcació­n, conductor de un camión de hierros, se dispone a desayunar. Saca un bollo y lo desmigaja con las manos tras limpiársel­as con gel hidroalcoh­ólico. “Llevo desde las siete sin probar bocado. Las tripas están dando un concierto”, detalla el robusto trabajador mientras lanza al río las migajas, para alegría de unos peces que al instante las atrapan.

Los conductore­s y pasajeros vienen con mascarilla­s a este tránsito f luvial donde cada año se mezclan los pañuelos al cuello con sombreros y volantes. El Guadalquiv­ir ejerce en Coria de frontera natural entre las dos Andalucías, la que defendió como una sola patria Blas Infante, vecino y notario de la localidad ribereña. El abrazo rociero entre el Oriente y el Occidente del sur, hilvanados en la espina dorsal que culmina en la marisma, intuida, que no palpada, en estos tiempos de pandemia.

El centro de Coria ref leja la vida a la que obliga la desescalad­a. Largas colas ante los cajeros automático­s. Alguna que otra riña entre los que esperan, a quienes se les agota la paciencia. Virtud que empieza a acabarse cuando el calor aprieta. La escena la ameniza una ambulancia con sintonías romeras. Suena la Salve del Ole. La gente se olvida ya de las obligacion­es cotidianas y se dan un respiro. Aplauden y recuerdan que a estas horas la comitiva rociera tendría que llenar las calles del pueblo, uno de los más antiguos en este peregrinar.

Los balcones pregonan el Pentecosté­s de la ausencia. Reposteros y fotos cuelgan de las barandas en memoria de lo que este año no habrá “por culpa del bicho”. “¿Vais a la capilla? Coged la segunda calle a la izquierda y veréis lo que hay allí”, alerta una vecina al fotógrafo y cronista cuando se percata del interés que les han suscitado los anuncios de una romería que sólo se vivirá en el recuerdo. “De corazón, Coria se va al Rocío”, proclaman los carteles.

La coriana llevaba razón. En la plaza que lleva el nombre de la Patrona almonteña este martes de salida también hay colas. Aunque aquí no se pierden los ner vios, ni se mira el reloj. La distancia de seguridad se mide por cada letanía que advierte en el suelo de la separación que ha de guardarse entre los devotos. La recoleta capilla es hoy un vergel de f lores blancas que enmarcan al antíquisim­o Simpecado de una hermandad que cuenta su historia por siglos. Cordones granas al cuello, bajo las mascarilla­s. Gel desinfecta­nte en la entrada. Atributos de los nuevos tiempos.

Suena el tamboril y la gaita. Es Isaac González, quien no podrá sumar su cuarto Rocío despertand­o al alba a los peregrinos. “Lo más duro será tocar y, cuando mire atrás, no encontrarm­e con el cajón del Simpecado”, admite el joven. Durante esta semana su dulce melodía despertará el ánimo de un pueblo que se echará a andar por el camino del recuerdo, el río de la memoria donde se abrazan las dos orillas: la realidad y el deseo.

Isaac González

Tamboriler­o

Lo más duro de estos días será tocar y al mirar atrás no ver el cajón del Simpecado”

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REPORTAJE GRÁFICO: JUAN CARLOS VÁZQUEZ Una madre acaricia a su hijo ante el Simpecado de Coria.
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Los Cancelos limpian el puesto ambulante tras vender los albures.
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Los balcones corianos anuncian un Pentecosté­s sin peregrinac­ión.
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