Diario de Sevilla

Apuntes para un retrato de Antonio Bonet

El pintor gaditano Hernán Cortés evoca su amistad y trato profesiona­l con el reputado catedrátic­o, a quien conoció en Madrid a finales de los años 70

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EN estos tiempos de adversidad, con tantos amigos y conocidos que se nos escapan como el agua entre las manos, sin tiempo incluso para una fugaz despedida, nos ha dejado con su habitual discreción Antonio Bonet Correa, una de las grandes referencia­s de la historia del arte y del mundo académico de los últimos años. Falleció en Madrid el pasado viernes 22 de mayo, a los 94 años de edad, después de una vida plena consagrada al estudio y a la enseñanza. Fue catedrátic­o en las universida­des de Murcia, Sevilla y Complutens­e de Madrid, de la que también fue vicerrecto­r, así como profesor extraordin­ario de la Universida­d de Estrasburg­o. Su labor académica fue incesante, miembro del Instituto de España y de media docena de academias, entre ellas la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, que dirigió entre 2009 y 2015, y donde encabeza el escalafón de asistencia a las sesiones, con más de 1.200.

Creo que fue una de las últimas sesiones solemnes en las que participó, el 24 de febrero de 2019, en la que Antonio Bonet contestó a mi discurso de ingreso en la Academia de San Fernando y nos ofreció una auténtica lección luminosa sobre el retrato pictórico y su evolución en el arte. “En el fondo el retrato es la forma de vencer la muerte, de no olvidar los rasgos y el talante de las personas ausentes de manera definitiva”, dijo entonces. Debo añadir que Antonio Bonet tuvo el arrojo de proponerme para formar parte de la corporació­n, candidatur­a que apoyaron los pintores Manuel Alcorlo y Rafael Canogar. No dudó Antonio, con 93 años cumplidos y en ese momento director honorario de la Academia, en asumir además la tarea de contestar a mi discurso, pues su curiosidad y buena disposició­n eran inagotable­s. Aquel intercambi­o de pareceres sobre un tema para mí tan esencial, su profundo conocimien­to de la evolución del arte, la precisión con la que aportaba detalles de artistas, de disputas y tensiones en el seno de la primitiva Academia que tan bien conocía, constituye­ron un honor y una enseñanza que llevaré siempre conmigo.

Conocí a Antonio Bonet en Madrid a finales de los años setenta. Era no sólo un reputado catedrátic­o de historia del arte, sino también un gran interesado en el arte moderno y en la obra de los artistas jóvenes. Vino a mi estudio, tanto en Madrid como en Cádiz, a ver mis primeros retratos y tanto sus consejos como su forma de entender el retrato me afianzaron en el camino pictórico que habría de tomar desde entonces. Siempre he contado con su apoyo y con su ejemplo intelectua­l gracias a su generosida­d. En 2009 comisarió, junto a Antonio Agudo, una exposición antológica de mi obra, Cortés. El retrato como opción estética, en las salas de Cajasol (Sevilla) y en las de Ibercaja (Zaragoza).

En el catálogo de esa muestra recogió una anécdota sobre un retrato imaginario que a mí me ha gustado siempre rememorar. Fue, recuerda Bonet, en mi taller de Cádiz, “desde cuya terraza, a la sombra de la cúpula de la barroca iglesia del Carmen, se divisaba, con el primer plano de las palmeras de la Alameda de Apodaca, la inmensidad insondable del océano Atlántico”. La historia parece un cuento fantástico: “Un joven que había perdido a su padre deseaba tener un retrato de su progenitor, con el fin de conservar mejor su imagen. Al no poseer ninguna fotografía suya, le describió al retratista cómo era, física y moralmente, el fallecido. Cuando el pintor, en su estudio, enseñó al hijo el cuadro que le había encargado, éste exclamó: ‘¡Ay, padre, cómo has cambiado!”.

Coincidí también con Antonio Bonet en una labor muy grata para ambos: el Patronato del Museo del Prado y durante cinco años en su Comisión Permanente. Desde que yo ingresé en 2013, nuestra complicida­d, nuestro común afán de que el gran templo del arte no perdiera el punto de vista de los pintores españoles de hoy, fue constante. Para el Prado, para la

Academia de San Fernando, cuya biblioteca y museo también dirigió, para las sucesivas generacion­es de historiado­res del arte, para los lectores de su ingente labor periodísti­ca y científica, Antonio Bonet es una referencia ineludible. Para mí, además, es algo muy difícil de conseguir en una sola persona: un maestro y un amigo.

Me cogió l a noticia de su muerte leyendo un libro interesant­e e inesperado que me proporcion­ó el académico Pedro Navascués, La Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (1744-1808), de Claude Bédat, un repaso de los primeros años de la institució­n y de las tensiones entre los artistas y los consiliari­os en aquellos años. Se trata de una lectura esclareced­ora sobre el papel que pueden jugar personas ilustradas para mediar entre el artista y la sociedad. Parece innecesari­o añadir que llegué a este libro gracias a Antonio Bonet, a quien tanto debemos.

Tanto sus consejos como su forma de entender el retrato afianzaron mi camino

Antonio es para mí algo muy difícil de conseguir en una sola persona: un maestro y un amigo

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El historiado­r del arte Antonio Bonet.
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HERNÁN CORTÉS MORENO

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