Diario de Sevilla

Penitencia de mayo

No faltaron ni los cohetes ni el sonido del tamboril en el antiguo arrabal sevillano La localidad del Aljarafe mantuvo el día festivo pese a no irse este año de romería

- Diego J. Geniz

El rastro blanco de un cohete quiebra el celeste del cielo en la mañana de mayo. Su estruendo retumba en el viejo arrabal sevillano. Se escucha desde la estación de Plaza de Armas, donde se recobra la normalidad tras dos meses de escasa afluencia de viajeros. No es la única señal sonora de una jornada que años atrás se vivía desde el alba, bien temprano, en las calles de Triana, donde algunos equipos de música reproducen, a todo volumen, sevillanas de una romería que este Pentecosté­s se quedará en casa. Sin salir.

En la calle Evangelist­a hay medio centenar de personas a las puertas de la capilla rociera. Son las 09:20. La misa de romeros aún no ha acabado. Se celebra en el interior con un aforo muy limitado. Desde fuera se escuchan los cánticos. Al terminar la salve, un devoto grita los vivas correspond­ientes, vítores propios que se lanzan en esta mañana cuando el Simpecado se coloca en la carreta. Ya sea en la parroquia de Santa Ana, en la de San Jacinto o en esta calle, donde se tiran de nuevo cohetes.

Algunos transeúnte­s contemplan la escena con cara de sorpresa, de estupefacc­ión y hasta de enojo. “¿Para éstos no existe el coronaviru­s?”, se queja el conductor de una furgoneta al pasar por esta vía, donde el tráfico es constante. Los presentes ignoran el reproche y se colocan en fila para entrar en el recoleto templo. Todos llevan mascarilla­s. Algunas de ellas con el nombre del barrio más famoso de la ciudad. Uno de los devotos reparte romero, mientras que otro lo esparce por el suelo, a la entrada de la capilla y bajo el azulejo de la Blanca Paloma.

Miembros de la junta de gobierno organizan la fila. Ruegan a los que están en la acera de enfrente (sin segundas) abandonar este sitio por seguridad. Un ciclista hace caso omiso a la recomendac­ión y se sitúa justo delante de la capilla para ver el momento en que se abren las puertas. Sale entonces el tamboriler­o. Hay quien se arranca a cantar una sevillana para aliviar la espera. Intenta alegrar una mañana que se hace más rara en el ánimo de los presentes conforme pasan los minutos. “A esta hora la hermandad estaría llegando al Altozano”, comentan dos devotas.

Si años atrás describíam­os las distintas modalidade­s estéticas en el peregrinar a la marisma, también el coronaviru­s ha traído una variedad de formas a la hora de prevenirlo. Igual que existe el rociero de diseño – neorrocier­o, según los más versados–, hasta la capilla de la Virgen del Rocío – La Chiquetita– llegan romeros de cordón verde y mascarilla de estampados sofisticad­os. Nada escapa a la improvisac­ión. Ni a la cursilería.

Dos encargados vigilan el aforo de la capilla. El Simpecado que diseñó Gómez Millán está entronizad­o en la carreta de Armenta. Lo adornan f lores de color malva, como es tradición cada miércoles de Rocío. Alrededor, macetas de pilistras recuerdan aquellos viejos patios trianeros que aún hoy, aunque pocos, se conservan en esta margen del río.

En escasos metros se ha abandonado la charla, el ruido del tráfico y el bullicio exterior por este silencio interior que no perturba nadie. Se olvidan las prisas. Y hasta parece que el tiempo se detiene en este minúsculo templo donde hay quienes se arrodillan ante “la Virgen”. Y quienes bajo la mascarilla disimulan el tímido llanto que asoma por los ojos. El camino más duro, como la procesión, siempre va por dentro.

En Gines, la ahijada de Triana, la escena se repite. El pueblo aljarafeño vive una jornada festiva sin fiesta. Es miércoles de Rocío sin carretas en el redondel de la plaza ni sevillanas que calen hondo desde los balcones, o desde el suelo, cuando el Simpecado desciende de la parroquia y el Mani se arranca a cantar. Ese justo momento en que las palmas logran el compás espontáneo que pellizca el alma.

Tan distinto a lo presenciad­o ahora, con calles sumergidas en la quietud propia de una tarde de domingo. Soledad de mediodía sólo rota por el eco de un altavoz colocado en la ermita de Santa Rosalía. Allí, a la hora del ángelus, una larga hilera de personas envuelve la plaza donde se ha esparcido abundante romero y los vecinos han colocado macetas. Todos guardan cola para entrar en la capilla.

Esperar al sol hace sudar lo suyo. Se advierte por megafonía, en reiteradas ocasiones, de la necesidad de guardar la distancia de seguridad, un deber no siempre cumplido. Entre los presentes, caras de extrañeza y ánimo contrariad­o. “Al año que viene, Dios dirá”. Es el consuelo de una vecina mientras abandona la pequeña capilla, en cuyo porche se proporcion­a hidroalcoh­ol para las manos y se reparten estampas.

Dentro, una constante ofrenda de flores cubre los pies del Simpecado. Otra devota, al abandonar la plaza, mira hacia atrás, contempla la escena y tras besar la foto que le han dado, agacha la cabeza con resignació­n. Gines se queda en el pueblo. Camino de interior. Penitencia de mayo.

Hay quien canta sevillanas para alegrar una mañana rara en el ánimo de los presentes

 ?? REPORTAJE GRÁFICO: JUAN CARLOS VÁZQUEZ ?? El interior de la capilla del Rocío de Triana en la mañana en la que habrían salido las carretas.
REPORTAJE GRÁFICO: JUAN CARLOS VÁZQUEZ El interior de la capilla del Rocío de Triana en la mañana en la que habrían salido las carretas.
 ??  ?? Una niña entrega un ramo de flores al Simpecado de Gines.
Una niña entrega un ramo de flores al Simpecado de Gines.
 ??  ?? Dos rocieras de Triana se emocionan al escuchar la salve.
Dos rocieras de Triana se emocionan al escuchar la salve.
 ??  ?? Larga cola para contemplar el Simpecado de Gines.
Larga cola para contemplar el Simpecado de Gines.
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain