Diario de Sevilla

Las del tiempo

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CADA día que pasa es más honda la melancolía. El verano ha llegado después de una inexistent­e primavera. Casi no te dio tiempo a probar la miel de una torrija cuando te has plantado la ropa ligera con un enorme vacío de por medio. Te topas con los árboles y ya casi no quedan restos de azahar. En las paredes se cuartean las escasas convocator­ias de los cultos que se pudieron celebrar en cuaresma. Y algunos de ellos a la mitad. Jesús Nazareno, Buena Muerte, un triduo al Santísimo Sacramento... Son como hojas del calendario que se desprenden poco a poco de la pared. Y que te recuerdan cuánto nos fue hurtado de pronto. Ahora que ha entrado el verano, ¡ya te lo imaginabas!, es cuando empiezas a valorar la primavera perdida, el año sin vivir, el sufrimient­o acumulado, la angustia del encierro, el sobreesfue­rzo realizado para mantener viva la ilusión.

Las peores horas no fueron quizás las de la Semana Santa, sino las que vives ahora, nuevamente marcadas por la incertidum­bre que amenaza al mundo por tres frentes: la salud, el trabajo y la emoción de vivir. En tu caso, ni sabes si tendrás Semana Santa el próximo año. Te tienen machacada la cabeza con los brotes y rebrotes. No has tenido Corpus y nada te hace imaginar un 15 de agosto como los de siempre.

Vuelves a pasar por esa calle, ves esas hojas del tiempo, esas huellas de un pasado de zozobra, y te das cuenta de que sólo tienes la Esperanza para seguir hacia delante. Te consuelas con mantener la salud y el trabajo, pero ahora mismo te han quitado la emoción de los días cotidianos. Ni siquiera el fútbol es fútbol. ¿La Feria? Que nadie nos haga reír. Quién sabe cuándo volveremos a un almuerzo de hermandad como los de siempre, cuándo a besar el talón del Señor o las manos del Nazareno, cuándo nos podremos abrazar en los atrios que nos unen, en el compás de las emociones, en las salas de juntas donde vivimos noches interminab­les, cuándo estaremos arremolina­dos con el cirio encendido ante su paso, cuándo...

Y se te viene encima una letanía interior de cuestiones mientras lees los títulos de esos cultos, algunos de ellos inconcluso­s. Amarillean las hojas del tiempo no vivido... Quizás guardes el cartel de la Semana Santa de 2020 como el más especial de todos. Recuerdas ahora el primer lunes de cuaresma, el vía crucis del Señor de la Sentencia ante el hospital de la Macarena y algunos momentos más. Esbozas una sonrisa de resignació­n cuando aquel dirigente te puso un mensaje que aún conservas: “Si hoy se caen las Fallas de Valencia, no hay Semana Santa”. No imaginabas la que se le venía encima al mundo. Y lo que se sigue padeciendo en Estados Unidos y Brasil, por poner sólo dos ejemplos. Y las noticias que llegan de Alemania o Marruecos. Te recriminas a ti mismo que el mundo está en peligro cuando tú echas de menos la Semana Santa.

No, no eres un egoísta. Cada cual tiene derecho a vivir en su interior con libertad absoluta. A nadie molestas recordando cuánto te ha faltado de tu particular mundo. Seguro que en otros lugares del globo alguien recordará días que no ha podido vivir. Celebracio­nes religiosas, reuniones familiares, etcétera. No digamos quienes han perdido seres queridos.

La vida es un gran muro del que se van cayendo convocator­ias de culto con la cadencia que imprimen las calores. Hay zonas lisas y bien cuidadas, como hay desconchon­es que marcan la existencia. Jamás olvidaremo­s este 2020. Y ahora que ha entrado el verano, más hondo es el recuerdo de lo que no vivimos.

Ahora que ha entrado el verano, más honda es la melancolía por el tiempo no vivido

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