‘21 grados’ se cita con el genio de Fellini
I vitelloni (Los inútiles), el segundo largometraje en solitario de Federico Fellini, abrirá mañana el ciclo con el que el Centro de Iniciativas Culturales de la Universidad de Sevilla (Cicus) recordará al genio italiano en su centenario. Con la proyección arrancará, asimismo, una nueva edición de 21 grados, un clásico de las noches estivales de la ciudad que debido al coronavirus vuelve con novedades: la sede de la calle Madre de Dios tendrá un aforo reducido de 70 personas, las salidas y entradas de los espectadores se plantearán de forma escalonada, y los interesados deberán adquirir las entradas por internet –en la web del centro, cicus.us.es/entradas, donde cada semana se pondrán a la venta las localidades de la semana siguiente–.
Pese a las circunstancias, desde el Cicus quieren que “el oasis al aire libre” que cada año proponen, ese “patio donde se expanden los límites de la imaginación”, en palabras de Luis Méndez, director de Cultura y Patrimonio de la Universidad de Sevilla, haga más llevadera la nueva normalidad. Cine, teatro, conciertos y exposiciones avivarán así el color de un tiempo gris y extraño. “Es difícil encontrar una oferta con tanta calidad y tan variada en la ciudad”, defiende Méndez sobre el calendario que el equipo del Cicus ha preparado.
Fellini, que protagoniza el cartel de 21 grados que ha diseñado Manolo Ortiz, será homenajeado los lunes con cuatro películas: la mencionada I Vitelloni, donde ya se percibe esa mirada personalísima que desplegaría el cineasta en su filmografía, y sus tres trabajos más emblemáticos, 8 y medio ( 29 de junio), La Dolce Vita (6 de julio) y Amarcord (13 de julio). A la proyección de esta última cinta precederá un concierto con músicos de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla (ROSS) en el que se interpretarán piezas de Nino Rota, el compositor que puso una banda sonora sublime a las imágenes de Fellini y de quien se abordarán en esta velada sus obras de música de cámara.
El ciclo de cine reivindicará además la ligereza del verano, en un año en el que la pandemia ha enturbiado unas semanas habitualmente entregadas al hedonismo y la celebración de la vida. A La casa de verano, una excéntrica comedia coral en la que Valeria Bruni Tedeschi, directora y protagonista, juega de nuevo a la autoficción (23 de junio), le seguirán Un verano con Mónica, un proyecto insólito en la carrera de Ingmar Bergman por la luminosa sensualidad que desprende (30 de junio); Verano 1993, la emotiva y sobria ópera prima con la que Carla Simón se hizo con el Goya; y Milou en mayo, de Louis Malle (14 de julio), un filme que se proyecta en colaboración con el Institut Français y que supone un tributo al actor Michel Piccoli, recientemente fallecido.
Cicus prosigue con la recuperación de clásicos del cine mudo que se proyectan acompañados por música en directo. Cinetones repite este año con Sonidos en blanco y negro (24 de junio), una propuesta en la que se verán Charlot, el inmigrante, uno de los cortos más populares de Chaplin; El nuevo doctor, de Harold Lloyd, y La Cenicienta, de Lotte Reiniger. “Queríamos que la presencia de una directora se convierta en una costumbre”, señala Elena Jiménez, de Cinetones, que en esta ocasión rescata a una pionera de la animación con siluetas. En la misma línea, Gurugú Sax vuelve a acompañar con sus instrumentos el Sherlock Jr de Buster Keaton (1 de julio), una película que ya habían abordado
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Músicos de la ROSS interpretarán piezas de Nino Rota el día que se proyecta ‘Amarcord’
La grata noticia del premio Princesa de Asturias a Anne Carson nos coge preparando estas líneas dedicadas al trabajo de traducción de una poeta española, la almeriense y malagueña Aurora Luque, que se inscribe en el mismo linaje de mujeres sabias, lúcidas y de sensibilidad a la vez rompedora y exquisita, tan necesarias en unos tiempos caracterizados por el predominio del grito y la consigna. La mejor forma de enfrentar el adanismo –o su variante el evismo, que tampoco tiene en cuenta el largo camino recorrido por las hijas de Lilith– es remontarse a los testimonios de l as generaciones que nos precedieron y tanto Carson como Luque lo han hecho con erudición y brillantez, desde una perspectiva actualísima que cumple el viejo imperativo de revisitar con ojos nuevos la herencia de los antepasados. Así lo vuelve a demostrar la segunda en un libro espléndido, Grecorromanas, que recopila los escasos testimonios de mujeres poetas que han sobrevivido a los once siglos transcurridos entre Safo, la única de ellas que figura en el canon de la poesía antigua, y Fabia Aconia Paulina, cuarenta autoras de las que apenas conocemos sino los nombres y unos cuantos poemas, fragmentos o alusiones esquivas.
Poetas, como preferimos decir hoy, o bien poetisas, como dijeron ellas de sí mismas, aunque tuvieran otras muchas formas de referirse a su labor creadora, pues como bien dice Luque va siendo hora de limpiar ese término milenario –usado sin ninguna carga peyorativa por los tratadistas clásicos– de las adherencias misóginas que le imprimieron los críticos hostiles, rescatando el uso antiguo, “desprejuiciado y libre”, del menosprecio que lo ha contaminado desde el siglo XIX. La exigüidad de su legado, en muchos casos mínimo o inexistente, va más allá de la pérdida general que ha afectado a buena parte de la literatura de la Antigüedad y no es difícil imaginar las razones, pero es posible re
Entre las “huellas de energía y belleza”, como las definió Juan Ferraté, que nos ha dejado la gran lírica arcaica de la Grecia de los siglos VII y VI antes de la Era, la de Safo es no sólo una de las más antiguas, sino la que ha proyectado un rastro más enigmático e influyente en la tradición occidental que sus poemas, si hablamos de la monodia vinculada a su arte, inauguran con frescura deslumbrante. Lejos quedan hoy el silenciamiento o la atracción morbosa que suscitaba la clase de amor a la que dio el nombre su tierra, la isla de Lesbos, pues para el lector contemporáneo el obvio homoerotismo no se opone a la gracia y la delicadeza de una lírica intemporal en la que cualquiera puede reconocerse, tanto más si accede a ella a través de las versiones de poetas que no se limitan a la recreación arqueológica. El griego eolio de Safo, esa “lengua con sólo una hora de vida, como un ser vivo todavía cubierto de rocío”, según la bella imagen de Anne Carson, recupera su transparencia primeval –”pura médula”, la define Aurora Luque– en las traducciones de ambas, que no desdeñan los recursos derivados de su condición de creadoras a la hora de transvasar los originales. Los versos truncados de la llamada “décima Musa”, en un sentido aparentemente elogioso que de hecho consagraba su incómoda rareza, brillan en sus versiones con el prístino fulgor de unas palabras antiguas pero rejuvenecidas, por lo tanto muy vivas. La nueva edición de los Poemas y testimonios (Acantilado) traducidos por Luque, ampliada con los fragmentos tomados de papiros –una de las fuentes de esta poesía, la otra son las citas indirectas– hallados en los últimos años, ha coincidido con la de Si no, el invierno (Vaso Roto), un volumen trilingüe donde los versos de Safo se confrontan a las luminosas versiones –Carson a través de Luque– de ambas traductoras. La poeta que aspiraba a perpetuar su nombre ha logrado habitar un presente continuo que quedó fijado hace dos mil seiscientos años y adquiere en las voces de sus sucesoras el sabor –”en la poesía, como en los sueños, no envejece nadie”, dice Elitis citado por Aurora– de una confidencia de ayer tarde. construir un “relato de ambición y resistencia”, como lo califica la traductora, que hermana a estas “mujeres insólitas, solitarias, raras, aisladas” por encima de las diferencias propias de tantos siglos. Las une el sustrato común de la cultura pagana y el precedente y el culto a la primera de ellas, la autora del maravilloso Himno a Afrodita, “fundadora de una genealogía lírica” que fiaba su continuidad a una antecesora prestigiosa y compartió un mismo repertorio de referencias, símbolos y mitos. Luque contextualiza perfectamente ese fondo común, las peculiaridades de cada una de las poetas, los prejuicios a los que se enfrentaban y los temas no tan recurrentes de los que trataron, a veces impropios o abiertamente vedados. Se hace imposible resumir la riqueza de la información y los planteamientos contenidos en un estudio concienzudo que comenta con detenimiento tanto las noticias transmitidas como su recepción posterior, baste ahora decir que salvo Erina de Telos y Corina de Tanagra –entre las romanas apenas podemos leer otros poemas latinos que los de la elegíaca Sulpicia– no hubo autoras que tuvieran un eco relevante en el propio mundo antiguo. A la misma Safo debemos unos versos que acuñaron una imagen de la inmortalidad muchas veces citada: “Y muerta yacerás, y no habrá un día ni un recuerdo de ti / ni nunca ya más tarde: porque no participas de las rosas / de Pieria...”. Esas rosas eran el don, que ella supo que tenía. Y acaso lo tuvieran otras poetas de las que no ha quedado nada.
El trabajo de Luque, nos cuenta ella misma, se remonta a la investigación iniciada con motivo de su memoria de licenciatura, defendida en 1987, y ha hecho falta que pasaran más de tres décadas para que lo culminara de la manera, excelente, en que ahora ha tomado forma, donde al margen del formidable trabajo de análisis y rastreo –alta filología, crítica que merece ese nombre, divulgación ineludible para saber de dónde venimos– se percibe la mano de la gran poeta que viene siendo desde hace muchos años. Nos atreveríamos a sugerir a los jóvenes que se inician en esta forma de arte –y desde luego a cualquier lector, porque nunca es tarde para descubrir las raíces de nuestra cultura– que sumaran este compendio a sus libros de cabecera. Hay en él conocimiento, pasión y un propósito vindicativo que tiene por supuesto que ver con el feminismo, pero también con una visión humanista –y hedónica, religada a la madre tierra– que convive sin conf licto con el primero. Que lo ensancha y redirige a una misma milicia.