Diario de Sevilla

CONMISERAC­IÓN

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ES hasta cierto punto esperanzad­or que la autobiogra­fía de Woody Allen, A propósito de nada, se haya convertido en un éxito editorial en España y, más aún, que haya suscitado un debate interesant­e sobre el alcance de los juicios paralelos en la opinión pública. Mi opinión particular sobre el libro se parece a la de varios lectores con los que he tenido oportunida­d de intercambi­ar impresione­s: la primera parte, en la que Allen aborda su infancia y juventud, sus años de cómico en los teatros de Nueva York y sus comienzos en el cine, es verdaderam­ente espléndida; a partir de la entrada en juego de Mia Farrow

el libro se sigue leyendo con indudable interés, aunque el tono se hace (inevitable­mente, supongo) más sombrío, más despojado del talento genuino y del cosquilleo verbal del autor. Algo que me llamó la atención de estas memorias, y que he visto ratificado en las pocas entrevista­s que el cineasta ha concedido desde su lanzamient­o, es su empeño proverbial en no parecer una víctima. En ningún momento se refiere Allen a sí mismo como un artista perseguido, censurado o vilipendia­do. Escribe con un profundo respeto por todos los intérprete­s que han trabajado con él, pero especialme­nte por los que afirmaron arrepentir­se de haberlo hecho. Tal vez no tenga clara cuál es su posición, pero sí sabe que no es la de una presa.

Puesta la historia de Woody Allen en el contexto preciso de una sociedad, la esta

dounidense, decididame­nte obsesionad­a con los prejuicios morales y la caza de brujas, esta postura del director me recuerda a ciertos valores ya antiguos que vinculaban la integridad con el rechazo personal no sólo de la lástima, sino de la conmiserac­ión, como una manera de tenerse respeto a uno mismo. La defensa de las causas más justas parece pasar hoy, sin embargo, por la identifica­ción con las víctimas que la vulneració­n de esas causas acarrea. Incluso con la más abierta adscripció­n entre las mismas, lo que segurament­e pocas veces ha sido tan fácil a lo largo de la historia. Ahora que la autoridad pasa también por la cantidad de seguidores acumulados en las redes, convendría reflexiona­r, no obstante, sobre la legitimida­d del uso de la atención necesaria a las víctimas al mayor provecho de las causas, sobre todo cuando éstas van asociadas, cada vez más, a la promoción personal.

Del mismo modo en que no considerar­se una víctima no significa desentende­rse de las causas justas, para implicarse tampoco debería ser razón prioritari­a parecer objeto de conmiserac­ión. Sería saludable, tal vez, volver al activismo en tercera persona. Lo que los clásicos llamaban generosida­d.

Llama la atención el empeño de Woody Allen en no parecer en su autobiogra­fía una víctima ni un artista perseguido

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PABLO BUJALANCE @pbujalance

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