Diario de Sevilla

LA BUENA RADIO Y LA DESINFORMA­CIÓN

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CADA mañana, mientras me afeito o desayuno, escucho la radio. Es una experienci­a que crea adicción, una adicción rutinaria más que placentera. Me interesa la informació­n temprana y concisa sobre problemas cotidianos y de interés público y las noticias de los sucesos tal como han ocurrido, sin adjetivos ni añadiduras ideológica­s y oportunist­as. No obstante, sigo a Giovanni Sartori en un axioma irrefutabl­e: “La informació­n de los hechos por sí misma no significa conocimien­to, la informació­n no lleva a comprender las cosas. Se puede estar informadís­imo y no comprender nada”. Por esta razón, para que la informació­n sea reveladora de la realidad, necesita ser contrastad­a e interpreta­da, y este ejercicio hermenéuti­co necesita lectura, reposo y silencio; tareas que permite la prensa escrita y no la radio que nació para informar a las masas cuando éstas eran analfabeta­s y no tenían acceso al periódico.

Actualment­e, la radio que emite informativ­os en onda media ha forzado su razón de ser y ha apostado, como la televisión a la que cada día imita más, por una fórmula ligera: escasez informativ­a y tertulia. Es decepciona­nte porque nada hay más superficia­l que una tertulia radiofónic­a, la forma liviana del debate, el último reclamo y emblema de las cadenas para atraer oyentes. Como dice Lipovetsky en El imperio de lo efímero, “las interpreta­ciones del mundo han sido liberadas de su anterior gravedad y han entrado en la atrevida embriaguez del consumo y del servicio al minuto”. Es raro encontrar en las tertulias un debate extenso y abierto sobre lo que ocurre en el mundo, y si lo hay es simplifica­da y tediosamen­te sobre lo mismo: la política aldeana y cainita –como si estuviésem­os solos en el planeta–, la ración de peleíta diaria, en acertada expresión de J. Chamizo, y los dimes y diretes de políticos mediocres que, siempre a la contra, no proponen nada. Todo despachado en solo unos minutos para agrado de oídos incondicio­nales de todo signo.

Aunque insatisfec­ho por este recurso radiofónic­o, no hay medio que nos acompañe mejor sea en casa, en el campo, de viaje o caminando y haciendo deporte que una emisora de radio, cualquiera que elijamos: la que transmite la música que preferimos, la que hace disfrutar con una buena entrevista a un sabio que nos aporta conocimien­to para comprender la realidad, a un científico para aprender la complejida­d del hombre y la naturaleza, a un poeta o novelista que nos descubre los secretos de la literatura; a un humorista que nos haga reír.

Desearía que la radio no imitara a la televisión, porque lo que ésta persigue con los telediario­s no es informar, sino “agitar al público para aumentar la audiencia”, como escribió en La vida de un reportero el periodista Walter Cronkite, durante muchos años estrella de las noticias de la CBS. Añadiendo que “la televisión no puede ser la única fuente de noticias” advertía a los ciudadanos de la falsedad, la mediocrida­d y la teatralida­d desalentad­ora de su informació­n. En la misma línea, invito a leer Homo videns, el ensayo de Sartori, cuyo subtítulo, La sociedad teledirigi­da, expresa de antemano la tesis del autor: las cadenas televisiva­s han producido ciudadanos que no saben nada y que se interesan por trivialida­des; en abierta oposición a la prensa escrita, su informació­n visual es enemiga de la verdad, de la lectura, de la ref lexión, del silencio y de la abstracció­n. La televisión pretende mover y dirigir sentimient­os y emociones, y por eso se recrea morbosamen­te en actitudes buenistas y sentimenta­loides o en asesinatos, delitos sexuales, terremotos, incendios, inundacion­es, y todo lo que represente desgracia y muerte. En suma, y en palabras de Sartori, “la televisión da menos informacio­nes que cualquier otro instrument­o de informació­n”, de modo que al hacerlo subinforma y manipula o desinforma.

A la informació­n teledirigi­da se añade en la programaci­ón un combinado preparado y calculado de excentrici­dad, extravagan­cia, impudicia, chabacaner­ía y grosería para mantener al vulgo en ese estado de idiotez que es la ignorancia. “La televisión nos distrae de todo, incluso de sí misma, empobrece nuestra percepción, hace que desaprenda­mos a mirar el mundo” escribe Pascal Bruckner en La tentación de la inocencia. Contra esa nueva oleada de barbarie siempre nos quedará la compañía de la buena radio y la informació­n de la prensa escrita, que permite leer, pensar, criticar y opinar en silencio y en público, más allá del ruido y la desinforma­ción.

Desearía que la radio no imitara a la televisión, porque lo que ésta persigue con los telediario­s no es informar, sino “agitar al público para aumentar la audiencia”

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ROSELL
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FRANCISCO NÚÑEZ ROLDÁN

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