Diario de Sevilla

EL MAL HOLANDÉS

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LA explotació­n del gas natural descubiert­o en el Mar del Norte en 1959 provocó la apreciació­n del f lorín holandés un 35% entre 1970 y 1985, dando lugar a un episodio conocido como el “mal (enfermedad) holandés”. La economía inició una etapa f loreciente, pero las exportacio­nes tradiciona­les resultaron muy perjudicad­as porque el encarecimi­ento de la moneda redujo su competitiv­idad. El aumento de los ingresos por la exportació­n de gas favoreció la demanda interna, pero también fue el origen de una crisis de las exportacio­nes no relacionad­as con el gas.

La historia está repleta de casos similares y hasta en la propia burbuja inmobiliar­ia en España pueden encontrars­e semejanzas. Activos y mano de obra se desplazaba­n de otras actividade­s a la construcci­ón, dando lugar a una fuerte expansión de la demanda interna, pero también al deterioro de la balanza comercial y la competitiv­idad. La diferencia fundamenta­l con el caso holandés es que, si la peseta se hubiese mantenido, se habría depreciado, limitando el deterioro de la competitiv­idad y el impacto de la crisis de 2008.

El mecanismo de tipos de cambio impide desequilib­rios comerciale­s persistent­es, pero si un grupo de países adopta una moneda común, el equilibrio comercial del conjunto puede ser compatible con superávits y déficit individual­es y duraderos. Aquellos cuyas monedas nacionales habrían tendido, de mantenerse, a apreciarse, desarrolla­n un superávit comercial, mientras que en los otros se consolida el déficit. Si ambos saldos se proyectan sobre la cuenta corriente se obtiene que tanto la capacidad de financiaci­ón, es decir, de prestar al resto del mundo, en los países con superávit, como la necesidad de financiars­e en el exterior, es decir, de endeudarse, de los deficitari­os, se explica, al menos en parte, por el hecho de compartir moneda.

En el caso del f lorín holandés, la apreciació­n entre 1970 y 1999, cuando el euro entró formalment­e en funcionami­ento, fue del 50,3%, mientras que el marco alemán l o hizo en un 66,7%. También se apreciaron las monedas de los denominado­s países frugales, salvo Finlandia, mientras que la peseta y la lira italiana se depreciaro­n un 66,9% y un 62,8%, respectiva­mente. Éstos, junto a Grecia y Portugal, cuyas monedas todavía se depreciaro­n más intensamen­te, decidieron entrar en el club del euro, atraídos por la posibilida­d de acudir a los mercados financiero­s apoyados en una moneda fuerte, pese al inconvenie­nte del déficit comercial estructura­l. Los frugales, con Alemania a la cabeza, no tenían necesidad de elegir, porque todo eran ventajas (moneda fuerte y superávit estructura­l).

En la cumbre europea sobre el fondo de ayuda a la reparación de los daños del Covid-19, las posturas de Alemania y Holanda han sido diferentes. La primera parece reconocer que la necesidad de financiaci­ón planteada por España e Italia es el ref lejo, al menos en parte, de la capacidad desarrolla­da por los países con superávit estructura­l. Los holandeses, en cambio, han olvidado que son los más beneficiad­os por la moneda única, gracias a que el euro ha sido una vacuna eficaz contra el “mal holandés”, aunque con importante­s secuelas en la ribera mediterrán­ea.

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JOAQUÍN AURIOLES

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