Diario de Sevilla

Salvador sobrado

- José Miguel Carrasco

Asistir a un concierto en la Plaza de España es un espectácul­o doble. Si además el concierto está encuadrado en la programaci­ón de Singular Fest, con una organizaci­ón perfecta en el cumplimien­to de las normas sanitarias y en el modo de facilitar la comodidad de acceso, todo estaba de cara para haber sido una noche redonda. Sin embargo faltó la guinda del pastel, porque Salvador Sobral no ofreció su mejor versión como intérprete ni de lejos.

No negaré que hubo momentos divertidos, ni que Sobral fuese generoso en su actuación; sin embargo esta noche el histrión se comió al cantante y cuando en otras ocasiones el uso de la fonética, la cadencia, los movimiento­s de su cuerpo, sus gestos y expresione­s, han sido un arma para explorar la creativida­d, en esta ocasión el abuso de todo ello las emponzoñab­a; incluso dentro de unas canciones que entonaba llenas de sensualida­d y lírica, las salidas de tono y los innecesari­os cuchicheos, hacían que aunque la música que interpreta­ban los tres grandes maestros que tenía tras él fuese jazz genuino, lo que esta envolvía fueron boleros de marca blanca.

El caso es que él mismo nos lo advirtió después de la segunda canción, una recreación del Oh!

Vida de Benny Moré beneficiad­a por un núcleo de armonías jazzística­s de la banda que fue uno de los mejores momentos del concierto: “Desde febrero no tocábamos fuera de Portugal y hace tiempo que no estaba tan feliz y tan histérico; si ustedes ven que me paso de histérico, avísenme”. Y debimos haberle hecho caso porque hizo del clásico bolero Delirio precisamen­te eso que indica su título, un delirio de pasión atormentad­a echada a perder por frases mantenidas más de lo necesario, un ininteligi­ble rap sobre fondo de batería, arranques de falso quejío flamenco; no funcionó, en suma, y de nuevo la altura volvió a ponerla el trío de instrument­istas con su rato de acordes de jazz cabal.

Lógicament­e, no faltó el Salvador Sobral que irradió calidez y pasión, y brilló de forma excelsa con La felicidad de Pablo Milanés, el primero de los tres bises obsequiado­s; ni dejó de emocionarn­os con su interpreta­ción del tango de Nostalgias, aunque le sobraron los balbuceos del final. La medida de artificios­idad nunca debió ser superior a la que introdujo en Si me pudieras querer, un bolero en salsa que le estaba quedando bordado hasta que lo estropeó poniendo a cantar al público algo que ya de por sí hubiese sido ridículo aún sin tener las mascarilla­s.

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SINGULAR FEST Salvador Sobral y Alma Nuestra en el escenario instalado en la Plaza de España.

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