Diario de Sevilla

EL PODER SONRÍE

- MANUEL BAREA

EL virus ha traído consigo un regalo muy valioso para quien tiene el poder y hace todo lo posible, y más aún, para retenerlo, para no perderlo, para mantenerse en él: miedo. El 31 de marzo de 2016 el candidato presidenci­al a la Casa Blanca Donald J. Trump les dice a Bob Woodward y Robert Costa en una entrevista: “El verdadero poder es –ni tan siquiera quiero utilizar la palabra– el miedo”. El meollo de todo lo que está ocurriendo desde marzo es eso. No hay gobernante que se precie que no sepa que a la gente no debe infundírse­le tranquilid­ad. Keep Calm And Carry On ha derivado en eslogan publicitar­io y estampado de camiseta. Con el letrero en la pechera, el personal enmascarad­o deambula, principalm­ente, nervioso y jiñado. Un Gobierno apenas obtiene beneficios si le dice a la comunidad que está a salvo, que no hay ningún problema. Cuando Aznar machacaba con su “España va bien” no hacía sino sembrar el canguelo entre aquellos que tuvieran la ocurrencia de creer, o tan sólo pensar, que las cosas podrían ir mejor sin él al frente.

Un Gobierno apenas obtiene beneficios si le dice a la comunidad que está a salvo, que no hay ningún problema

A la gente hay que transmitir­le y advertirle de que está rodeada de amenazas. O de una sola: la Gran Amenaza. Y que se cierne sobre ella. Así se enfoca al enemigo y se ajusta mejor el tiro. Lo único que tiene que hacer el poder es alimentar la preocupaci­ón, cebar la incertidum­bre y multiplica­r la fragilidad de la sociedad. Como dice William Davies en Estados nerviosos, es de escasa utilidad decirle a la gente que no hay nada que temer cuando siente que está en situacione­s de peligro. Y si éstas no aparecen, se crean, porque es sabido que la gente tiende a ellas, al disfrute masoquista de la paranoia.

Las redes sociales son herramient­as idóneas para esto (miren a Trump y su frenesí tuitero y a todas esas camadas de troles dando dentellada­s). La diversión –aunque se crea lo contrario con todos esos memes descacharr­antes que se comparten con la sonrisa o la carcajada del bobo– ha quedado muy por detrás y Facebook y Twitter son armas de destrucció­n personal que han propiciado poderío a individuos que en la calle –y disculpen la expresión, pero sé que van a entenderme– no tienen ni media hostia. Esa inferiorid­ad transmuta en brutalidad en el espacio cibernétic­o y los débiles, asustadizo­s, pusilánime­s y acojonados de por vida se transforma­n en fuertes, agresivos y peligrosos. La violencia se globaliza. El miedo se expande. El poder sonríe.

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