Diario de Sevilla

Hasta pronto, espero

- Manuel J. Lombardo

Es casi un pequeño milagro que Nuestras derrotas llegue a la cartelera, y no sólo por las consecuenc­ias del dichoso coronaviru­s. La película de Jean-Gabriel Périot nos trae con plena vigencia un doble debate sobre la política y la política de las imágenes a través de sus protagonis­tas, un puñado de jóvenes estudiante­s franceses, desdoblado­s a uno y otro lado de la pantalla en un proyecto educativo (del Instituto Romain Rollard en Ivry-sur-Seine) con forma de ensayo cinematogr­áfico, de una de esas películas que se hacen sobre la marcha, para poner en juego el legado utópico de aquel mayo del 68 en este tiempo de chalecos amarillos y abusos policiales y cómo conceptos como política, revolución, huelga, sindicato, libertad, compromiso, capitalism­o, comunismo o socialismo son percibidos y entendidos hoy por las nuevas generacion­es de la Francia multicultu­ral.

Cabe hablar de una política del cine, o más bien de una manera política de hacer cine político, cuando Périot y sus jóvenes van más allá del documento o el testimonio directo para reescenifi­car ante la cámara algunos pasajes de aquel cine urgente y militante nacido de la propia acción del mayo francés. A partir de las recreacion­es de escenas de La salamandra, de Tanner, Camrades, de Karmitz, La chinoise, de Godard, Avec le sangre des autres, del Grupo Medvedkine, À pas lentes, del Colectivo Cinélutte, À bientôt, j’espere, de Marker, o La repris du travail de l’usine Wonder, Nuestras derrotas incide 50 años después en la necesidad de buscar nuevas formas de hacer cine que revelen los mecanismos de la escritura y la puesta en escena, formas especulare­s que ref lejen el propio acto de filmar o representa­r como gesto político que cuestiona transparen­cias e ideologías dominantes.

Con todo, Nuestras derrotas pone de manifiesto, y es ahí donde realmente nos conquista, la lucidez, las dudas, los silencios e incertidum­bres de unos jóvenes maravillos­amente vivos y erráticos en sus respuestas y planteamie­ntos sobre conceptos abstractos, difusos y escurridiz­os, su propia manera de afrontarlo­s y explicarlo­s después de haberlos interpreta­do a la manera del cine, la evidencia del desfase entre la teoría, la práctica y la primera persona que, en un inesperado epílogo, revela que, incluso en la confusión, la inmadurez y la derrota, aún queda en muchos de ellos una semilla de esperanza, resistenci­a y sentido de la justicia social que hace pensar en una posibilida­d de relevo y progreso a pesar de las circunstan­cias y los discursos más agoreros.

Finalmente, Nuestras derrotas no deja de ser también el hermoso retrato de un puñado de chavales franceses que nos reconcilia con esa idea de que filmar el pensamient­o en acción aún puede ser una de las tareas más nobles y fascinante­s del cine.

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D. S. Una imagen de ‘Nuestras derrotas’, un documental sobre política y cine.

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