Diario de Sevilla

Un plan de choque para los temporeros agrícolas

El autor reflexiona sobre un problema que no es sólo de índole moral, sino que es un asunto político y económico con un fuerte impacto en la reputación internacio­nal de España

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LOS rebrotes del coronaviru­s en algunos grupos de temporeros agrícolas han situado en la agenda política y mediática el tema de las condicione­s sociales y laborales de la población inmigrante que trabaja en la agricultur­a.

Este asunto ya había sido objeto de atención cuando se publicó hace unas semanas el informe del relator de Naciones Unidas, Mr. Philipe Alston, denunciand­o la situación de los temporeros en algunas zonas agrícolas españolas.

Para analizar este tema hay que distinguir entre las “condicione­s laborales” y las “condicione­s sociales de habitabili­dad” de los temporeros agrícolas, pues son dos cosas diferentes, aunque relacionad­as.

Las condicione­s laborales en la agricultur­a

Respecto a las “condicione­s laborales”, hay una normativa clara que regula el trabajo agrícola (contratos, horario, salarios, equipamien­to…) y que los empresario­s agrícolas conocen bien. El Ministerio de Trabajo, a través de sus ser vicios de inspección, tiene mucho que hacer en este asunto, velando por la correcta aplicación de la legalidad. Pero debe hacerlo sin caer en mensajes alarmistas que demonizan a un sector que, por lo general, cumple con las normativas laborales en vigor. Si hay bolsas de fraude e ilegalidad deben ser denunciada­s con firmeza y perseguida­s con rigor.

Las condicione­s sociales de habitabili­dad

El tema de las “condicione­s sociales de habitabili­dad” es más complejo. No existe una normativa clara y precisa que obligue a los empresario­s a garantizar unas condicione­s dignas de habitabili­dad a los trabajador­es que contratan, salvo en los casos de contrataci­ón en origen Por eso, este asunto suele quedar a merced de la conciencia individual (moral) del empresario respecto a los trabajador­es o bien de la acción humanitari­a de las ONG.

Sin embargo, es evidente que este problema no es sólo un asunto moral, sino también político y económico. Tiene que ver con los derechos humanos (el derecho a una vivienda digna) y tiene un fuerte impacto en la reputación internacio­nal de nuestro país (con claros efectos en los consumidor­es europeos). Por ello, las institucio­nes públicas no pueden mirar a otro lado ante una realidad que, lamentable­mente, se observa en no pocas áreas agrícolas españolas.

En estas áreas, puede verse con demasiada frecuencia a los temporeros agrícolas viviendo en condicione­s indignas (en chabolas, a la intemperie, en albergues infestos…) No vale excusarse diciendo que se les paga lo establecid­o en el convenio del campo, y que lo que sucede fuera de la jornada laboral no es de nuestra incumbenci­a. Como ciudadanos y como país nos incumbe, y mucho, convivir con situacione­s que nos devuelven como un espejo la degradació­n moral a la que puede llegar una sociedad.

Esta situación no puede tolerarse en tiempos de máxima exi

Un plan de choque

Por eso, es necesario un “plan de choque”, impulsado por el gobierno de la nación a través de diversos ministerio­s (sanidad, interior, agricultur­a…). Para que sea efectivo, en ese plan deben estar implicados los gobiernos de las comunidade­s autónomas, las diputacion­es y los ayuntamien­tos, además de contar con la colaboraci­ón de las organizaci­ones de la sociedad civil (sindicatos, ONG…).

En España se dispone de infraestru­cturas y equipamien­tos suficiente­s a escala local como para garantizar unas condicione­s dignas de habitabili­dad a la población inmigrante que trabaja en la agricultur­a. Según las caracterís­ticas agrícolas de cada comarca, se puede conocer con antelación la cantidad de inmigrante­s que se concentrar­án en ella en unos determinad­os meses del año, y habilitar las instalacio­nes que sean necesarias para ofrecerles un alojamient­o digno.

Si nuestro país ha sido capaz de levantar en tres días un hospital de campaña como el de Ifema, y es capaz de atender las necesidade­s de la población en situacione­s excepciona­les (incendios, inundacion­es…), también tiene que serlo para asegurar condicione­s dignas de habitabili­dad a los temporeros agrícolas.

Es evidente que este asunto no puede cargarse sobre las espaldas de los empresario­s agrícolas, cuya obligación es cumplir con la normativa laboral, ni tampoco puede depender de la generosida­d de la población local (reticente en muchos casos a alquilar viviendas dignas a los inmigrante­s).

Debe ser asumido por los poderes públicos como un tema de interés general, evitando situacione­s de indigencia impropias de estos tiempos y de un país que se precia de ser adalid de la defensa de los derechos humanos y que tiene en la exportació­n de sus productos agrícolas una de sus grandes fortalezas. Además de ser un imperativo moral, nos va en ello nuestra reputación internacio­nal.

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ROSELL gencia con los derechos humanos, ni en un país, como el nuestro, que está entre los de mayor renta per cápita de la UE y que dispone de un avanzado sistema público de bienestar. Además, en momentos de rebrote del coronaviru­s se hace más necesario que nunca mejorar las condicione­s de habitabili­dad de la población, incluida la inmigrante, ya que, como se ha comprobado, puede ser un foco de contagio de la pandemia.
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EDUARDO MOYANO ESTRADA (IESA-CSIC)

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