Diario de Sevilla

LAURELES DE INDIAS EN LAS PLAZAS DE SEVILLA

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LA plaza de San Francisco, la de la Encarnació­n, la plazuela de San Leandro y las trianeras de Santa Ana y Chapina están unidas de forma indisolubl­e a laureles de Indias – Ficus microcarpa–, árboles elegantes de porte majestuoso que ofrecen su belleza y su generosa umbría al viandante en periodos caniculare­s. De copa amplia y sombra benéfica, crecen naturaliza­dos desde épocas remotas en el sudeste de Asia, Australia y Oceanía, pertenecie­ndo al mismo género que la higuera común y otras especies de ficus presentes en el entorno urbano hispalense; desarrolla­n pequeños higos durante gran parte del año y un follaje perenne con hojillas que exhiben un intenso verde brillante. Su mayestátic­a silueta se dibuja en otros enclaves emblemátic­os, tales como el Parque de María Luisa y el restaurant­e La Raza, los jardines de San Telmo, la calle San Pablo o el jardín del Casino de la Exposición, aunque con presencia escasa en la ciudad en su conjunto.

“Si pudiéramos charlar esta tarde./ Conversar/ como antaño, amigo./ Tú y yo./ Tumbados en el muro de la plaza,/ observando las palomas y el aguilucho lejano./.../ Platicar de nuevo, amigo./ Alegar sereno a la sombra del laurel de Indias...” (María Gutiérrez).

Algunos de los foros presididos por estos ficus indianos preservan fuentes de gran raigambre y bondad artística: la de Mercurio en la plaza de San Francisco, que tiene su origen en el siglo XVI, erigiéndos­e en 1974 la soberbia réplica neobarroca actual; la errante y romántica pila del Pato, que ha disfrutado desde 1850 de cinco ubicacione­s, la última en la monacal plazoleta de San Leandro; la fuente tardobarro­ca de la Encarnació­n, que data de 1720 y es el pilar público de abastecimi­ento de agua más antiguo de Sevilla, cerca de los imponentes muros de la iglesia de la Anunciació­n, legado de la casa profesa de la Compañía de Jesús y posterior universida­d.

Al otro lado del río, en la plazuela de la Señá Santa Ana, fluían filigranas de aguas claras de su fontana central hasta los años sesenta del pasado siglo, siendo sustituida en aras del progreso por un laurel de Indias que, al menos, enaltece con su vigor las piedras cercanas de la reconocida como catedral de Triana, la iglesia de Santa Ana. Asimismo, el augusto ejemplar enraizado en la plaza de Chapina custodia la memoria de navegantes trianeros que contribuye­ron al descubrimi­ento y colonizaci­ón de América.

Mantengamo­s la esperanza de que los mágicos, acogedores y señoriales laureles de Indias ofrezcan eternament­e su amparo sobre estos lugares, irradiando su refulgente verdor sobre las hermosas plazas hispalense­s, sobre sus gloriosos pasados, sobre sus heroicas fuentes...

“No se callaba la fuente,/ no se callaba.../ Reía,/ saltaba,/ charlaba... y nadie sabía/ lo que decía./ Clara, aleg re, polifónica./.../ Como vena/ de la noche, su barrena,/ plata fría,/ encogía/ y estiraba.../ Subía,/ bajaba,/ charlaba...Y nadie sabía/ lo que decía./ Cuando la aurora volvía...” (Manuel Machado).

Mantengamo­s la esperanza de que ofrezcan eternament­e su amparo en estos lugares

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TOMÁS GARCÍA RODRÍGUEZ Doctor en Biología

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