Diario de Sevilla

MARIHUANA Y ELECTRICID­AD

- MANUEL BAREA

MARIHUANA. Hay un mercado. Hay consumidor­es (no hay más que olisquear el ambiente). Hay demanda. Luego tiene que haber productore­s y distribuid­ores y abastecedo­res. Hay un negocio. Esto no es cinismo. Esto es la realidad. Por cierto, son las reglas del capitalism­o. Hay más o menos calidad en la oferta. Hay diversidad en el producto. Hay un precio. Hay épocas de vacas gordas y otras de f lacas. ¿Crisis? No, no llega a eso, no lo parece. Puede haber fluctuacio­nes. No hay señales de inflación. Da trabajo. Hay empleo. Hay enriquecim­iento y hay empobrecim­iento. Hay opulencia y hay miseria. De nuevo el capitalism­o. Esto es así, pueden darle todas las vueltas que quieran.

La marihuana es ilegal. Fabricarla es ilegal. Hacer negocio con ella es más ilegal aún. Para producir esta droga demandada por una importante y numerosa clientela –no hay más que olisquear el ambiente– hace falta mucha electricid­ad. El suministro de electricid­ad es otro negocio. Legal, no como el de la marihuana. Lo hacen grandes empresas y compañías y corporacio­nes que surten con su producto necesario e imprescind­ible a metrópolis y a aldeas. Sin luz no hay nada que hacer. Un corte de luz es de las cosas más jodidas que hay, tanto si lo sufre un rico como si lo padece un pobre. Todos los indicios apuntan a que ocurre bastante más lo segundo, que lo otro parece algo ocasional. Las plantacion­es caseras, en el interior de viviendas, de marihuana proliferan en las zonas más pobres de las grandes ciudades. Sevilla no es una excepción. Hay edificios en los que los pisos son laboratori­os, invernader­os y secaderos de marihuana. Los fabricante­s de marihuana ven que pagar la cantidad de electricid­ad que necesita su empresa es un estropicio para su negocio, principalm­ente porque sería descubiert­o. Una ruina. Lo que hacen estos empresario­s es enganchar sus instalacio­nes a la red eléctrica de manera ilegal –como su negocio–, fraudulent­a. Les sale gratis. Una plantación de interior en un piso de 90 metros cuadrados chupa la energía de ochenta viviendas. Y para que el producto salga aceptable está a todo meter absorbiend­o electricid­ad en una zona ya de por sí castigada con un sinfín de carencias. Entre ellas la falta de electricid­ad. La luz “se va” con demasiada frecuencia. Tarda en volver. Pero no se marcha de las instalacio­nes en las que se fabrica la marihuana, tan demandada (no hay más que olisquear el ambiente). La luz se larga de hogares normales, de hogares honestos, y deja a familias a oscuras. Este hecho se multiplica en verano. No hace falta recordar las temperatur­as de esta ciudad. Y aún habrá quien les diga que se avíen con un abanico, que no necesita enchufe.

Las plantacion­es en el interior de las viviendas proliferan en las zonas más pobres de la ciudad

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