Diario de Sevilla

LAS BUENAS INTENCIONE­S

- Historiado­r

NO se sabe bien si aquello de “el infierno está empedrado con buenas intencione­s” hay que adjudicárs­elo a Bernardo de Claraval (San Bernardo) que tuvo un papel destacado en la economía de Europa (y de España) en la Edad Media. En todo caso viene a pelo para reflexiona­r sobre lo que ha hecho el Parlamento europeo al dejar sin ayudas a las explotacio­nes agrícolas que se dediquen o tengan relación con la cría de toros de lidia.

Independie­ntemente de los argumentos dictados desde esa medida desde el sentimient­o, hay un capítulo de la Historia de España que ilustra lo de los mejores propósitos convertido­s en piedras infernales: es el que trata de las medidas que, tomando a Francia como modelo de España, la Casa de Borbón y sus gobiernos pusieron en práctica en el siglo XVIII para primar la agricultur­a a costa de postergar la ganadería.

Aunque quienes las dictaron fueran hijos del racionalis­mo de Descartes, ninguno, al parecer, se preguntó entonces por qué Andalucía había sido, desde tiempos remotos, un territorio eminenteme­nte ganadero, ni nadie pensó que el clima y la pluviometr­ía de la cuenca del Guadalquiv­ir eran muy distintos de los de la del Sena o del Loira. El caso es que, a partir de ahí, la España sureña comenzó a quedar rezagada y, por eso, ante la necesidad de hallar modos sui géneris de subsistenc­ia, nació la Corrida de Toros Moderna y el mismo “toro moderno” (el que describe Pepe Illo), o sea el toro bravo que sustituía al salvaje, no apto para el espectácul­o.

Comenzaba así un larguísimo período en el que hubo que “inventarse” ese animal echando mano con espíritu ilustrado de unas leyes genéticas aún por descubrir (quedaba casi un siglo para que naciera Gregor Mendel), las empresas que lo produjeran, las ganaderías y – poco a poco– su enclave específico, la dehesa: un millón y cuarto de hectáreas poco aptas para la agricultur­a pero muy buenas para la ganadería, de las cuales el toro de lidia ocupa casi 150.000 (y otro tanto o más en Extremadur­a, Salamanca, Toledo…). En gran medida ese territorio no forma parte de la España vacía gracias, precisamen­te, a esa actividad económica.

El Parlamento europeo no es la línea segundona de la familia del Rey Sol pero, en esta ocasión, se le ha parecido bastante. Ni siquiera se ha parado a pensar si esa fiesta, que forma parte de la idiosincra­sia de esta piel de toro y ha generado economía, artesanías, oficios, cultura, literatura, pintura, escultura, arquitectu­ra, música, teatro, cine… podría ser objeto de una recreación o reforma: ha tirado, llevado por la buena intención, a matar.

Lo de menos es que ese órgano (que todavía no se sabe si es chicha o limoná), haya vuelto a orillar a Andalucía tres siglos después de aquella decisión del despotismo ilustrado. Lo de más es que, de nuevo, la inconscien­cia, la banalidad y el olvido de Descartes y la Ilustració­n puedan llevar a la desaparici­ón de la dehesa en Andalucía y en territorio­s limítrofes, a la de una especie animal y al ensanchami­ento del cráter de la España Vacía. En resumen: puede que Europa se haya pegado un tiro en el pie.

La marginació­n de la UE de las fincas de los toros de lidia puede suponer el fin de la dehesa

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ANTONIO ZOIDO

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