VUELVE LA CESTA DE NAVIDAD

Ala hora de escribir estas líneas el presidente Sánchez acababa de colocarnos seis meses de toque de queda como don Ángel Peralta colocaba sus banderillas: al violín. Y sin que Casado haya dicho ni mú. Esto significa que la Navidad va a ser más austera que la de nuestros padres y no mucho menos que las de nuestros abuelos. El sector de la hostelería estaba echado en tablas a cuenta de la pandemia y ha llegado Lebrija –que en este caso ha sido Sánchez– con el verduguillo del toque de queda para apuntillarlo definitivamente. Pero como siempre llueve a gusto de algunos, los distribuidores de vinos y viandas empiezan a frotarse las manos pensando en la vuelta de las catetas cestas de Navidad que serán las sustitutas de las no menos horteras cenas de empresa.

Si ustedes tienen firma de la que vivir, vayan haciéndose a la idea de tener que recoger en oficinas algún lote de vino murciano peleón o algún canasto con pinta de silla Enmanuelle relleno de espumillón en cuyo interior deberá encontrar una botella de licor extraño, un queso pequeño de “vámonos que nos vamos”, un salchichón ibérico, la lata de uvas sin pepitas, el sucedáneo de caviar y el inevitable paté de ciervo. No conozco a nadie que haya abierto nunca la lata de uvas despepitadas y menos aún quien haya untado el paté de ciervo en un bollo.

El turrón viene a ser lo único entrañable del artefacto regalado porque si trae un jamón es más bien una triste paleta valenciana de pálida uña y carne sanguina. Si es usted empresario no se haga la dicha un lío: abone en nómina los veinte euros que cuesta la cesta y quedará como un señor. Y si lo que quiere es quedar bien con algún cliente déjese de cuentos y hágale un descuento. Al menos mientras éste quedo del toque de queda se esté quedando con nosotros.