Diario de Sevilla

Sevilla, 21:15

● La prueba de los camiones de El Corte Inglés en la calle Bailén genera la única actividad en un centro vacío ● El toque de queda provoca el efecto de ‘boca del lobo’

- CARLOS NAVARRO ANTOLÍN

PARECE la una de la madrugada, pero el reloj marca las 21:15. Los enfermos empeoran por la noche, la fiebre suele subir y el malestar se acentúa. Así ocurre con las ciudades en estado de alarma. Melancólic­as durante el día, sumidas directamen­te en la tristeza a la caída del sol. Una tristeza que embadurna la taberna más sencilla y el hotel más lujoso, la gran avenida y el callejón sin salida. Sevilla es una ciudad recogida, más cerrada que nunca, temerosa. Los pocos huéspedes del Alfonso XIII deambulan por el patio. La terraza está cerrada. Se abrió para el almuerzo pero no es aconsejabl­e cenar al relente. Hay taxis libres que pasan por el Paseo de Colón como centellas. Taxis y más taxis con sus luces en verde.

En la calle Arfe sólo hay un bar de copas abierto de toda esa milla de oro del gin tonic. Se trata del Magallanes. El camarero es la viva imagen de la soledad. Todo encendido, todo limpio, las botellas reluciente­s en sus estantería­s. Pero no entra nadie. No hay tripulació­n para este Magallanes. Ni un Pigafetta que le escriba. El Gallo Negro está como indica su color: fundido en negro. Cerrado, chapado. En una tienda de comestible­s que cuenta con una pequeña barra se despiden los dos últimos clientes. Junto al Arco del Postigo sigue La Isla a la espera de náufragos. El restaurant­e La Moneda tiene ya casi todas las persianas echadas. El dueño prefiere alargar las sobremesas todo lo posible a falta de clientes nocturnos. ¿Quién se atreve a salir de tapas si antes de las diez te están conminando a abandonar el local? Nadie acude a tomarse una sopa de galeras con prisas. Ni los trabajos se pueden abandonar a las siete u ocho de la tarde.

En el otro extremo de Arfe está el Ventura. Detrás de la barra hay dos jóvenes que atienden a dos clientes en una mesa alta y a tres clientas en un solitario velador. En la televisión del local ponen las imágenes ya algo granuladas de la última faena de José Tomás en Sevilla. Las clientas pagan con tarjeta, se marchan y el velador es recogido con rapidez.

Adriano es una arboleda oscura. En el bar D’oro apuran la hora. Un patrullero de la Policía Local recorre con lentitud una calle sin tráfico. Casi no hay bares abiertos, no hay peatones. Los clientes son pocos, muy pocos, y parecieran de la estricta confianza de los taberneros. Es fin de mes. Hace frío. Dos oficiales de junta del Baratillo hacen una breve parada en el D’oro. Brevísima. El pub irlandés está encendido por poco tiempo. El centro de Sevilla en estado de alarma es una gran boca del lobo cuando se hace la noche. Pareciera que se ha adelantado el mes de enero con su cuesta empinada. Pero todavía es octubre. Ahora empezamos a pagar la factura del verano.

No hay un alma en Reyes Católicos. En la calle San Pablo hay un grupo reducido de señores de El Corte Inglés que supervisan si los camiones de mercancía caben por la calle Bailén. En pocos meses habrá que seguir esta ruta tras la peatonaliz­ación de la Plaza de la Magdalena. La prueba ha sido un éxito. Han pasado ya las diez, pero parecen las tres de la madrugada. Pasear a estas horas es estar expuesto. En la Plaza del Pan ya está cerrado el bar Europa. Un cartel anuncia los horarios de esta nueva etapa.

Los lunes cierra por descanso del personal. Hay otros hosteleros que apuestan por abrir sólo a partir de la segunda mitad de la semana.

En la Alfalfa cuadra las cuentas a media luz el encargado de un restaurant­e de pasta. Vienen más taxis con el piloto en verde por la calle Águilas. Sólo se mantienen fiel a sus hábitos los camiones de Lipasam y los taxistas. Los servicios municipale­s son una suerte de respiració­n asistida para que la ciudad no parezca muerta, sino simplement­e convalecie­nte. La luz se enciende a la hora dispuesta. El alumbrado público no falla.

¿Dónde hay algo de vida en estas noches de alarma en unos de los cascos históricos más grandes de Europa? Curiosamen­te en uno de los considerad­os barrios dentro del centro, caso de San Lorenzo, con veladores con cierta animación. Pero poco más. El centro es la representa­ción perfecta de la Sevilla vacía. En Pino Montano hay revueltas que recuerdan a aquellas noches de violencia callejera en Cataluña tras la sentencia del pro

cés. En el casco histórico suena algún campanario. Todavía hay balcones con algunas banderas nacionales enlutadas. Por el ventanal del salón casi apagado de una vivienda se perciben los fogonazos de la televisión. Todo resulta ya conocido, familiar. El vacío, la tristeza de la noche, el sonido de las pisadas, el paso acelerado de alguien al advertir una presencia. La pandemia se cobra los excesos del verano como una aviesa tarjeta de crédito. Todo se paga en este mundo, dicen algunas personas mayores.

La melancolía que se percibe con luz del sol se torna en tristeza al caer la noche

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La calle Arfe en
la noche del pasado martes.
M. G. cnavarro@diariodese­villa.es La calle Arfe en la noche del pasado martes.
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