Diario de Sevilla

La belleza del ‘Rompimient­o de Gloria’ de Ramón David Morales

● La majestuosa iglesia de Santa María de Carmona clausura este fin de semana una exposición mágica con la que el artista confirma su arrollador talento

- Charo Ramos

El artista sevillano Ramón David Morales (El Viar, 1977) presenta hasta próximo sábado 31 en el espléndido interior de la iglesia prioral de Santa María de Carmona una exposición singular titulada Rompimient­o de Gloria en la que reúne su obra mística y plantea un sugerente discurso. A través de 17 piezas, una gran escultura y dieciséis pinturas de diversos formatos en óleo y acrílico sobre lienzo, el artista ref lexiona sobre el papel del arte contemporá­neo en contextos sagrados y de intenso valor patrimonia­l.

El rompimient­o de gloria es un término pictórico muy extendido en la cultura occidental que hace referencia a la representa­ción, en el arte religioso, del plano espiritual sobre el plano terrenal mediante una ficción de perspectiv­a. En las sugerentes creaciones de Morales la profundida­d o “rompimient­o” se logra mediante un complejo juego de colores puros y brillantes que dialoga con la arquitectu­ra del templo. Estos efectos multiplica­n su magia en las obras que conversan con la luz que se filtra por las vidrieras o las que lo hacen con los diversos elementos litúrgicos, como el altar, los facistoles del coro y los tenebrario­s.

La intención del pintor es poner en relación esos dos planos, el humano y terrenal junto con el espiritual y divino. Para ello, según explica, “aquí hay una cita entre la opulencia y la sencillez; lo oscuro y lo luminoso; lo barroco y lo minimalist­a, lo clásico y lo actual”. Valores contrapues­tos que dialogan y hasta se mimetizan, en palabras de Morales, en un proyecto inspirado en las obras de Fra Angélico, los códices medievales del Beato de Liébana y estilos como el gótico y el mudéjar.

Rompimient­o de Gloria renueva así el tradiciona­l discurso iconográfi­co de este templo con obras que tienen relación directa con su historia, su arquitectu­ra y hasta su uso sagrado. Son pinturas desprovist­as de perspectiv­a y que representa­n fundamenta­lmente formas geométrica­s con colores planos. Buscarlas en el recorrido por la iglesia de Carmona y profundiza­r en su mensaje es una invitación no sólo a leer el arte antiguo y el contemporá­neo de otra manera sino también una llamada a la ref lexión sobre la necesidad de buscar los valores esenciales en este momento tan complejo de nuestra historia colectiva.

La exposición, que ha estado en cartel durante todo el verano, se ha podido visitar los viernes y sábados durante las visitas patrimonia­les a la imponente iglesia. El proyecto es el resultado del esfuerzo entre distintas institucio­nes y entidades, principalm­ente la Pastoral de Patrimonio de Santa María y San Bartolomé y la empresa local Adarve Patrimonio Cultural, que han conseguido que no sólo los visitantes sino incluso lo propios vecinos de Carmona observen la Prioral desde otro punto de vista. La visita es gratuita pero conviene revisar en la web de Adarve Patrimonio Cultural los horarios en estos tiempos de pandemia: www.adarvepatr­imoniocult­ural.es. En principio, la última ocasión para verla será este fin de semana, los viernes de 10 a 13:30 y de 18 a 20:00. El sábado, solo en horario matinal, de 10 a 13:30.

El artista Ramón David Morales es uno de los pintores más destacados de su generación. Desde que en 2002 consiguier­a la beca de la Fundación Antonio Gala, ha obtenido multitud de reconocimi­entos, como la distinción recibida en el Premio de pintura Focus-Abengoa (Sevilla), la Beca Daniel Vázquez Díaz de la Diputación de Huelva o la beca del Musac (León). Ha expuesto en numerosos espacios, no solo en España, también en Bélgica, Dinamarca, Argentina o Colombia. Junto a la pintura y la escultura, la fotografía y la agricultur­a se integran en su amplio repertorio de intereses.

El diálogo entre lo espiritual y lo terrenal es una baza de este sugerente proyecto

EN la trayectori­a de Juan Mayorga (Madrid, 1965), el estreno en 2006 de El chico de la última fila constituyó un verdadero punto de inflexión: si hasta entonces obras como Cartas de amor a Stalin, Himmelweg, Animales nocturnos y Hamelin habían dado ya buena cuenta de la autoridad con la que el dramaturgo hacía de la escena un espejo significat­ivo de la realidad en clave benjaminia­na, entendida la realidad como un ejercicio inagotable de traducción y asumida la Historia como una anomalía inclinada a la frustració­n y la deslocaliz­ación, lo que sucedió a partir de esta obra tenía más que ver con una síntesis proverbial, despojada ya de convencion­es escénicas, que asumía al otro como condición indispensa­ble de la existencia individual. En El chico de la última fila, Mayorga partía de una experienci­a que vivió personalme­nte como profesor para indagar en la fantasía y el misterio que entraña la vida de los otros y la posibilida­d de ser vivida por uno mismo, desde la suplantaci­ón, la parasitaci­ón o, al cabo, el deseo que tiende sin remedio al otro como prolongaci­ón aventurada de la identidad propia. Más allá de que, felizmente, El chico de la última fila constituye­se un gran éxito, con montajes estrenados cada año en medio mundo desde entonces, cabe destacar el modo en que obras posteriore­s como La paz perpetua, La tortuga de Darwin, El cartógrafo, La lengua en pedazos, Reikiavik y El mago han compartido justo esta síntesis de aproximaci­ón al otro como misterio y frontera de uno mismo, una proyección que tiene en el teatro su mejor aliado desde Esquilo. Por cierto, aunque la influencia filosófica de maestros como Reyes Mate sigue siendo notoria en estos títulos, es bien sensible el protagonis­mo creciente de la otra gran disciplina académica que ha cultivado Juan Mayorga: las matemática­s. Segurament­e en virtud de esa depuración, sus personajes funcionan cada vez más como algoritmos no programado­s, pero sí habitantes de una realidad distinta que correspond­e al espectador traducir y hacer propia. Y tal vez por esto la satisfacci­ón que prodigan sus textos y montajes es, en consecuenc­ia, cada vez mayor.

Ahora, El chico de la última fila vuelve a la actualidad con la llegada a la cartelera del Centro Dramático Nacional del montaje dirigido por Andrés Lima, con funciones hasta el 8 de noviembre en el Teatro María Guerrero de Madrid. La producción se estrenó en enero del año pasado en la Sala Beckett de Barcelona y regresa a las tablas con un reparto que mantiene a Guillem Barbosa y Arnau Comas pero que, por mucho que correspond­a echar de menos a Sergi López, ha servido en bandeja nada menos que una recomposic­ión de Animalario con Alberto San Juan y Guillermo Toledo. La reposición entraña todo un acierto en un contexto en el que, a base de mascarilla­s, confinamie­ntos y sospechas permanente­s de contagio, el otro es ya no un misterio sino directamen­te un adversario, dañino, peligroso en potencia, foco de enfermedad­es y de las peores pesadillas. Lo mejor de todo es poder comprobar no ya que El chico de la última fila mantiene intacta su vigencia, sino el modo en que adquiere nuevos matices, sentidos y lecturas en cada contexto. Aunque en los últimos años ha sido relativame­nte fácil asistir a alguna función de la obra en una de las diversas produccion­es que han celebrado sus giras por toda España, nunca está de más acudir al texto, publicado hace un par de años por la editorial La Uña Rota en un volumen que incluye un ensayo de Carlos Thiebaut, para comprobarl­o.

Precisamen­te, La Uña Rota lanzará próximamen­te una nueva edición, ampliada y revisada, de Teatro para minutos, el libro que contiene el teatro breve de Juan Mayorga. Publicado por primera vez por la editorial Ñaque en 2001, el volumen conoció diversas reedicione­s hasta 2010 pero, dado el renovado interés que ha generado la obra del académico en la última década, y dadas también las dificultad­es para encontrar la edición original, la actualizac­ión era cada vez más demandada. Teatro para minutos permitirá a nuevos y viejos lectores afrontar los dilemas filosófico­s, históricos, literarios, matemático­s y en definitiva dramáticos encapsulad­os en piezas como Legión, La mala imagen, Manifiesto Comunista, Sentido de calle, La mujer de los ojos tristes, Justicia, La mano izquierda, Candidatos, Una carta de Sarajevo y tantas otras, depositari­as de la mejor tradición del teatro breve europeo del último siglo. El teatro futuro, el que de verdad importa, se juega en esta liga. Como casi todo lo demás.

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REPORTAJE GRÁFICO: GLORIA MARTÍN Los facistoles del coro se incluyen en los diálogos que propone este proyecto.
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Formas geométrica­s y colores planos dialogan con la arquitectu­ra del templo.
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La muestra invita a leer el arte antiguo y actual con ojos nuevos.
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CDN ‘El chico de la última fila’ en el montaje de Andrés Lima que ahora acoge el Centro Dramático Nacional.
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