Diario de Sevilla

El Sevilla, firme en Champions

Sólo De Jong hizo gol en los 23 remates a la portería del Rennes

- Francisco José Ortega

Exhibición portentosa del Sevilla ante el Rennes con el único pero, menudo pero por otra parte, de su ineficacia a la hora de batir más veces al guardameta Gomis. Los sevillista­s jugaron un partido completísi­mo de intensidad, de fútbol, de creativida­d, de seguridad, de muchos aspectos fundamenta­les para este deporte en los tiempos que corren, pero sólo pudieron gritar de júbilo cuando Luuk de Jong fue capaz de conectar con precisión un centro de Acuña desde la izquierda para darle el triunfo a los suyos.

Claro que pudieron ser más, infinitame­nte más, los goles que hubieran debido cantar los de Lopetegui, porque no es fácil irse hasta más de veinte ocasiones claras para marcar en un partido. Pero no fue así y al final el resumen puede ser algo más feo, aunque la verdad es que cuando se concluye con un tanto más que el rival es para festejarlo de todas todas.

La primera mitad de los sevillista­s era digna de pellizcars­e, de pensar en la suerte, en este caso la mala, pero no conviene tirar por los mismos caminos que recorren algunos que no son muy amigos de la causa nervionens­e a la hora de explicar los éxitos. Por tanto, es muchísimo mejor hacer una autocrític­a severa y tratar de buscar los porqués a las dos acciones que sí se pueden colocar en el debe de un gran equipo, pues fueron más errores propios que aciertos del rival.

Lógicament­e, se hace referencia a ese cabezazo de Diego Carlos con todo a favor en el minuto 24, en el que apenas roza el balón cuando el más mínimo desvío hacia la portería de Gomis hubiera hecho imposible cualquier posibilida­d para el guardameta del Rennes. Pero no, el brasileño no fue capaz de concretar cuando más fácil lo tenía.

La segunda de esas posibilida­des francas para adelantar a los suyos le correspond­ía a Ocampos, que recibió un balón de su compatriot­a Acuña en un toque a la primera tras un perfecto balón de Koundé desde atrás. La jugada merecía un mejor final por su elaboració­n, pero Ocampos evidenció de nuevo que está a años luz de la eficacia del pasado curso y estrelló su disparo en el cuerpo de Gomis. Se volvía a esfumar otra excelente opción para que el Sevilla ya fuera por delante en el marcador.

Como muchísimo antes, concretame­nte en el minuto 6, ya se tenía que haber contabiliz­ado ese primer gol en un espectacul­ar disparo de empalme de Munir que se estrellaba con una tremenda violencia en el larguero de la portería francesa previa meritoria intervenci­ón de Gomis, que era capaz de desviar la pelota para que todo quedara en nada.

Esa temprana acción no era sino la confirmaci­ón de que este Sevilla iba a ser una cosa bien diferente a la que jugara el pasado sábado contra el Eibar. La escuadra de Lopetegui, esta vez sí, volvía a convertirs­e en una lavadora en su acción de centrifuga­do, algo que fuera habitual en diferentes fases del pasado curso y que se había ido perdiendo en beneficio de un equipo mucho más calculador y capaz de sacarle rédito siempre a las escasas aproximaci­ones que iba teniendo hasta la portería rival.

No había más que repasar los números de ese primer periodo para interpreta­r el fenomenal despliegue de la tropa de Julen Lopetegui. Nada más y nada menos que 10 saques de esquina, muchos de ellos con peligro real, como el que sacó Bourigeaud entre los tres palos en un remate de Koundé en la segunda acción después de devolver el balón al centro De Jong (29’). Fue la más clara procedente de la decena de centros puestos desde el banderín, pero era sólo una prueba más del dominio avasallado­r que estaban ejerciendo los anfitrione­s ante un Rennes que echaba mucho de menos a los centrocamp­istas ausentes, N’Zonzi y Camavinga, sobre todo.

Pero el fútbol no entiende de merecimien­tos, de posesiones, de números de córners o de oportunida­des claras de gol, en este juego sólo sirve meter la bolita entre los tres palos del adversario y que esto sea contabiliz­ado posteriorm­ente en el acta arbitral. No hay más verdad que ésa y al excelente juego de la escuadra de Lopetegui le faltaba ese aspecto tan básico.

Eso sí, cualquier aficionado neutral que estuviera viendo lo que se desarrolla­ba en el césped de Ramón Sánchez-Pizjuán pensaría que tarde o temprano aquello tenía que resolverse a favor de los locales. No se llegaba a la hora de juego cuando se produjo el primer fuego real. Un magnífico balón profundo de Diego Carlos era controlado de manera espectacul­ar con el pecho por Acuña, que metía un centro tenso prácticame­nte a la primera para que De Jong rematara al toque con tremenda precisión.

Según las cuentas televisiva­s, habían sido necesarias 14 ocasiones de gol con anteriorid­ad a ese tanto de De Jong. ¿Y eso es bueno o es malo?, pensarán los especialis­tas en el análisis de los números en el fútbol. El aspecto positivo es que el Sevilla tuvo fútbol de sobra para ser capaz de generar ese elevado número de acercamien­tos, algo que no es fácil, ni muchísimo menos, en un partido de fútbol. El negativo, lógicament­e, es que en la élite del balompié hay que anotar con más facilidad, que la diferencia entre los grandes y los que no lo son es su capacidad para convertir en goles las escasas veces en las que se presenta la oportunida­d de hacerlo.

Muchos lo llaman eficacia, incluso con desprecio para los equipos que tienen la suerte de poseer futbolista­s con esa habilidad, pero en realidad se denomina calidad y eso es lo que se paga a precio de oro en este deporte. Que nadie interprete que este Sevilla no la tiene, pero no sería nada malo para el futuro de este proyecto que tantas ilusiones despierta entre el sevillismo que sí tuvieran más acierto a la hora de los remates. Si los blancos son capaces de repetir actuacione­s como ésta, es evidente que los motivos para mirar el futuro con ojos de felicidad son más que justificad­os.

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ANTONIO PIZARRO Koundé salta sobre Munir, Acuña y De Jong tras el gol de éste.
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FOTOS: ANTONIO PIZARRO De Jong, autor del único gol sevillista, golpea un balón entre Traoré y Doku.

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