LUZ DE ALTO CONTRASTE
NO”, escucho decir a una médica al otro lado del teléfono. Le he preguntado si va todo bien. No puede atender a sus pacientes como merecen, está exhausta y al filo. Mi hermana me dice que teme que se vuelvan a retrasar las pruebas médicas a su hijo; un tratamiento temprano de la enfermedad que padece es crucial para el chiquitino. La fecha de finalización de mi aislamiento preventivo, que era errónea, costó horas de espera al teléfono poder arreglarla. “Señora, la mascarilla”, repite cansadamente el conductor del Tussam. La anciana la lleva bajada hasta la barbilla. Todo apunta a que los empleados del transporte público han recibido instrucciones de velar por el uso correcto del tapabocas en el bus. Otro señor mayor se la retira para hablar por el móvil. Hay rebeldes a esta causa entre personas muy mayores, que son población de riesgo. El gesto cotidiano de bajar la basura, en la familia donde todos sus miembros están contagiados, se ha convertido en un dilema ético. Para mí que el de la bodeguita de la esquina ha comprado demasiado pan para hoy. Hambre para mañana: todos los veladores están vacíos. Los maestros y profesoras de Sevilla que conozco están que no les llega la ropa al cuerpo. Si lo prepararon todo con rigor, ¿qué ha fallado? “La cachimba que los chavales se montaron el otro día”, responde una; “La comunión a la que los llevaron sus padres para estar con sus taitantos primos”, responde otro. “Si me contagio, no trabajo, y si no trabajo, no cobro”, es uno de los pensamientos recurrentes entre quienes marcaron el mismo epígrafe que yo en el IAE. Y eso no es, aunque parezca mentira, lo más preocupante. Tengo que comprarme unos pijamas nuevos, amorositos, para estar lo más a gusto posible en casa. Loca de contenta echo a solas esta Nochebuena, si sé que a mis padres y a mi abuela no les falta la salud.
Toca deshabituarse del placer de echar una cerve con una conocida que te encuentras de pronto, vivir en una desconvocatoria eterna, que el mañana –eso tan lejano- sea dentro de unas horas y esté hecho enteramente de incertidumbre. Con el salvoconducto que me autoriza a viajar hoy hasta León, los amigos juegan a inventarse escenas bélicas y oníricas: fronteras cerradas que cruzo a pie, caminando entre la niebla, Fernando Simón con sombrero y gabardina pidiéndome la documentación y yo entregándole a cambio mis poemas… En La peste de Alberto Rodríguez, la epidemia sucede en una Sevilla ocre, en penumbra. En cambio, ahora, este nuevo paso de la pequeña bestia y su reguero de miseria sucede con luz de alto contraste, en los días luminosos del otoño sevillano, en el frescor que alimenta los pulmones, con el aceite verde recién prensado, en estos días azules y este sol de la infancia. Nos lloran los ojos, heridos al filo de tanta luz y tanta sombra.
La Sevilla de la serie ‘La peste’ está en penumbras. La luz de esta pandemia es de alto contraste