Diario de Sevilla

EL PRESIDENTE QUE HUYE DEL PARLAMENTO

- CARLOS NAVARRO ANTOLÍN

TENEMOS un presidente capaz de darnos una homilía a la hora del telediario durante meses, pero no quiere dar explicacio­nes en el Parlamento a pesar de promover el estado de alarma más extenso en la historia de la democracia. El Parlamento debería ser sagrado, pero Pedro Sánchez hace todo lo posible por reducir sus comparecen­cias a pesar de que él mismo define la situación como grave. Sánchez está para sermones que rompen las escaletas de los telediario­s (¡Todo poder que no abusa de su estatus no es poder, señor presidente!) y para declaracio­nes institucio­nales sin preguntas. Incluso está para su deporte favorito: la confrontac­ión con Vox, que le permite tirar del manual contra el fascismo. Pero acudir al Parlamento cada quince días le duele más que una banderilla mal clavada a un toro manso. Ayer ni siquiera habló. Tenemos un Gobierno hiperpobla­do, nada menos que con cuatro vicepresid­entes, pero el jefe del Ejecutivo manda al ministro de Sanidad a defender el estado de alarma, como si se tratara de una medida estrictame­nte sanitaria. No pudo hacerlo él mismo, dada la excepciona­lidad de la medida. Ni siquiera encomendó la tarea a la frívola Carmen Calvo. Sánchez, además, se fue de la Cámara Baja cuando todavía quedaban horas de debate. Se marchó con el mayor

cnavarro@diariodese­villa.es desparpajo. Sin mancharse el terno desestruct­urado, que para eso estaba el peón de Illa, que ya no tiene tan buen cartel como antes tras meter el pinrel con su asistencia a la cuchipanda de Pedro Jota. La prensa capitalina lo mismo te encumbra que te hunde en fango. El presidente se levantó del escaño azul y huyó con la sesión en marcha en contraste con la actitud de otros jefes del Ejecutivo, como el francés o la alemana, que han dado la cara con medidas mucho más duras. El plan de Sánchez es salir lo menos tocado posible de la mayor crisis vivida tras la Guerra Civil, porque su objetivo no es otro que retener el poder por el poder. No hay ideología, sino una disposició­n casi temeraria a negociar cuanto haga falta para hacerse perpetuo en la Moncloa. Que se queme el ministro catalán de Sanidad y que se quemen los ejecutivos autonómico­s, en los que se delega el estado de alarma en una acción que Felipe González califica de “puñetera locura”. Tenemos 17 formas de combatir un virus que no conoce fronteras, territorio­s, ni nacionalid­ades. Del mando único inicial pasamos al verano sin restriccio­nes. Y ahora al caos. Pero el señor quiere dar las menos explicacio­nes posibles en el Congreso. Eso es talante democrátic­o, que diría su admirado Zapatero. Mejor no imaginarse a este tipo con mayoría absoluta.

Nos castiga con discursos vacíos y con declaracio­nes sin preguntas, pero rehúye dar la cara en el Congreso

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