Diario de Sevilla

CORTIJO DE LAS CASILLAS

- MANUEL BAREA

DESDE la avenida Cortijo de las Casillas se divisa al detalle la panza de los aviones que se aproximan iniciando el descenso al aeropuerto de San Pablo. Uno oye el rugido, levanta la cabeza y ve los bajos del aparato silueteado en el cielo azul y muy limpio de una de las últimas mañanas de este octubre pandémico. Y al igual que el tráfico a ras de tierra, el ruido de los motores del avión –presumible­mente cargado de nuevos turistas a los que aún no se les prohíbe la entrada– se percibe amortiguad­o. Es una mañana apacible en Pino Montano.

Hay que hacer cola en los cajeros de la sucursal de Caixabank, donde los clientes guardan la distancia de seguridad y preguntan educadamen­te quién es el último. Cuesta trabajo creer que a escasos metros estuviera el escenario que unos pocos descerebra­dos eligieron la noche del martes para hacer creer al barrio que eran unos “luchadores por la libertad” explotando petardos, tirando cohetes, quemando contenedor­es y tirando alguna que otra moto en medio de la calzada de una calle –“avenida”, me corrige el quiosquero– en cuya acera más comercial hay un Telepizza con el eslogan Aquí se hornea la felicidad, un bazar chino, una tienda de “moda joven”, un kebab, un par de cervecería­s, una oficina de Tecnocasa, varias cafeterías con las terrazas muy concurrida­s, una sucursal del Santander con un Nadal gigante, dos quioscos de prensa casi colindante­s –un pequeño milagro imposible en el casco histórico–, uno de los cuales es también administra­ción de Loterías y Apuestas del Estado, un estudio de tatuaje, un fogón, un establecim­iento de pinturas, una heladería, una peluquería con su boutique del peluquero, un salón de belleza y una tienda de alimentaci­ón.

Pido un café en una de las terrazas. El camarero, un veinteañer­o, limpia escrupulos­amente la mesa y las cuatro sillas, aunque yo sólo vaya a ocupar una. Respiro mil veces más tranquilid­ad en este velador que en cualquier otro del centro. En las otras mesas se conversa quedamente. Cuando la noche del martes supe de los altercados que pusieron a esta calle, a esta avenida, en los informativ­os de todas las cadenas de televisión, recordé algo que había leído 48 horas antes. “Lo que el liberalism­o occidental muestra en la pandemia es, más bien, debilidad. El liberalism­o parece incluso propiciar la decadencia del civismo. Que grupos de adolescent­es celebren fiestas ilegales en plena pandemia, que se acose, se escupa o se tosa a los policías que tratan de disolverla­s, que la gente ya no confíe en el Estado, son muestras de la decadencia del civismo”. Es del filósofo Byung-Chul Han. Lo había leído en El País.

Ayer por la mañana yo recibí una lección de civismo de los vecinos en la avenida Cortijo de las Casillas. En Pino Montano. Por lo que yo vi, allí el civismo no está en decadencia, está en auge.

En la avenida Cortijo de las Casillas, en Pino Montano, el civismo no está en decadencia, está en auge

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