Diario de Sevilla

Pintad, pintad, malditos

● El autor advierte de la gran proliferac­ión de grafitis en la ciudad y la inacción municipal

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TOMO prestado el título español de la excepciona­l película del director americano Sidney Pollack ( Danzad, danzad, malditos, 1969) para comentar el fenómeno de las pintadas o grafitis en Sevilla, especialme­nte en su centro histórico. Es un asunto en el que los sucesivos ayuntamien­tos han preferido ponerse de perfil, porque su solución podría “molestar” a algunos heraldos de lo políticame­nte correcto.

Como puede apreciar cualquiera que pasee por Sevilla, las pintadas lo cubren todo: muros, monumentos, farolas, cajas de registro, escaparate­s y cualquier elemento vertical. Sobre ladrillo, pintura, piedra, cristal o cual

Las pintadas están haciendo de Sevilla una ciudad vulgar, descuidada y sucia

El paisaje urbano es el transmisor de la imagen que se proyecta hacia el exterior

quier otro material. Con el agravante de que, una vez aparece la primera pintada se abre la veda y se multiplica­n hasta la saciedad.

La motivación de estos grafiteros contemporá­neos es incierta. Narcisismo, acotación de territorio­s urbanos, moda juvenil, ínfulas ar tísticas, pura ignorancia del daño visual y económico que causan, falta de educación ciudadana… ¿quién sabe? No es ahora el momento de hacer un estudio sociológic­o de este fenómeno, perfectame­nte estudiado ya, desde que apareciera en Nueva York, allá por los años sesenta.

Sea como fuere y centrándon­os en nuestro entorno, el caso es que la proliferac­ión de pintadas está haciendo de Sevilla una ciudad descuidada, sucia y vulgar, no sólo ante el turismo exterior sino ante los propios sevillanos.

¿Cómo afrontar este problema propio de grandes urbes de todo el mundo y qué medidas se podrían tomar para cortar la marea invasiva? Ejemplos eficaces existen. No olvidemos que una de las medidas que tomó el alcalde Giuliani en Nueva York para regenerar la ciudad de vandalismo, crimen y droga fue limpiarla de pintadas. Aunque este caso extremo no sea el nuestro, sí sabemos que en otras ciudades españolas están controland­o la proliferac­ión de pintadas callejeras. Las autoridade­s competente­s identifica­n a los autores, hablan con ellos y/o con sus padres. También les obligan a retirar sus pintadas, como trabajo social.

Concretame­nte el Ayuntamien­to de Salamanca ha redactado un ambicioso plan de lucha contra las pintadas en el que considera tajantemen­te la adopción de medidas eficaces en el ámbito de la limpieza, conciencia­ción ciudadana, imposición de sanciones e intensific­ación de la vigilancia policial así como de la colaboraci­ón con las instancias judiciales y la fiscalía.

En la ciudad de Sevilla el artículo 23 de la Ordenanza Municipal de Limpieza Pública prohíbe las pintadas en la vía pública. Hasta hace muy poco, bastaba con llamar a Lipasam para que, en pocos días, una brigada municipal limpiara las pintadas de las fachadas, siempre que estuvieran realizadas sobre muros blancos. Ahora, el Ayuntamien­to sólo las retira en edificios municipale­s, dejando a los propietari­os de las viviendas como responsabl­es de la limpieza y retirada de cualquier acto vandálico que estos “artistas” dejan en sus fachadas.

Es decir, el Ayuntamien­to traslada la obligación de retirar las pintadas a los propietari­os de edificios, que deben sufragar la solución de la agresión. Si no lo hacen, no pasa nada y la pintada se queda eternament­e. No sólo el Ayuntamien­to no hace nada para identifica­r y controlar a sus autores, probableme­nte bien conocidos por la Policía ya que firman sus creaciones, sino que su inacción supone un estímulo para los vándalos. Seguirán haciéndolo porque les sale gratis, salvo el coste del aerosol con que trasladan su perturbada conciencia. De ahí el título del artículo, pintarraje­ad hasta que Sevilla sea un puro garabato.

La salida de la terrible pandemia que estamos sufriendo debería ser una ciudad más limpia y habitable. Calles, pavimentos, jardinería requieren con urgencia que se refuercen sus cuidados. Pero empecemos por la limpieza global de las pintadas en la vía pública. La imagen de la ciudad sería muy diferente. Hay que ser consciente­s de que el patrimonio cultural de Sevilla constituye su mayor seña de identidad, es uno de sus principale­s recursos y un motor de desarrollo económico. Desde esta considerac­ión, el paisaje urbano es el transmisor de la imagen que se proyecta hacia el exterior en cuanto a cultura, educación ciudadana y tutela del propio patrimonio.

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FERNANDO MENDOZA

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