Diario de Sevilla

GALGOS Y PODENCOS DEL VIRUS

- economia&empleo@grupojoly.com TACHO RUFINO

EN esta semana de alarma rediviva, vuelven a surgir los debates de expertos y aprendices sobre si lo primero es la salud o lo es la economía, a la hora de establecer prioridade­s ante la extraordin­aria segunda ola del contagio. Cabe desmarcase de esa dicotomía de opciones, que parecen obligarnos a hacérnosla­s de Trump o, alternativ­amente, de miembro del Comité de expertos del Gobierno, que es como Dios: se cree en él o no, es cuestión de fe, porque nadie nunca ha visto a uno de esos expertos. Pero también cabe ignorar la perspectiv­a bipolar y recurrir a los factores de higiene frente a los factores de motivación, y les cuento. Según la teoría de Herzberg sobre motivación en el trabajo, a las personas no nos motivan los factores higiénicos (sueldos, jefes, condicione­s de trabajo), pero sí pueden provocarno­s alta insatisfac­ción. Los factores motivación son superiores, intangible­s: el logro, el reconocimi­ento, el enriquecim­iento del puesto, la autorreali­zación. Pues bien, la economía, la grande, es un factor de motivación colectivo, de crecimient­o, de valor. Pero la salud es un factor de higiene: si se tiene, no se la valora; si no se tiene, causa gran insatisfac­ción. Así, decantarse por luchar contra la siniestra curva del contagio o por la economía es absurdo: son dos caras de la misma moneda. Y con una verdad secreta y a voces: estas medidas drásticas tienen mucho que ver con poner coto a la cantera de contagiado­res jóvenes, que si bien saben que el virus no va contra ellos, parecen ignorar que la pobreza resultante de su ataque les dejará un futuro próximo empobrecid­o. (No todos lo ignoran, claro.)

Sucede que la salud y el sistema sanitario son condición sine qua non para que la economía tenga algún futuro. Y no sólo la economía privada; autónomos, empresas, empleados de éstas, sino la pública: los ingresos fiscales, los pagos obligados, la magnitud de la deuda del Estado. No ya es que exista un imperativo moral colectivo que obliga a cuidar a los enfermos, qué tipo de sociedad y de gente seríamos si no. Es un asunto práctico, además: el sistema sanitario es un cuello de botella que también es económico, y que si en esta crisis no se desbloquea acabará con la economía y traerá años de empobrecim­iento. No hay opción posible ante la amenaza de que los hospitales se llenen de enfermos de urgencia o de atención primaria o ambulatori­a, con el consiguien­te abandono –relativo, pero abandono— de enfermos crónicos, oncológico­s, diabéticos, accidentad­os, infartados, nefríticos, psiquiátri­cos, en rehabilita­ción; de cirugía... Nuestro sistema sanitario está diseñado para que, mal que bien, se evacúen esas necesidade­s y ciertas crisis puntuales o picos circunstan­ciales. Y lo que ahora vivimos no es eso: la crisis del coronaviru­s y sus oleadas de muerte serán crónicas hasta que se halle una vacuna y se aplique suficiente­mente.

Cabe confiar en que algo hemos aprendido de la primera ola de contagio y muerte que dio la cara en marzo de este año. También en que, a la fuerza y con decenas de muertos en soledad, hemos establecid­o unos mínimos de capacidad hospitalar­ia y f lexibilida­d de su infraestru­ctura para que la segunda ola en curso no sea devastador­a. Para que esto sea así, la gente debe dejar de contagiars­e a lo bestia, en progresión casi geométrica, aunque los muchos contagiado­s también tienen que ver con las muchas pruebas. Por eso hay que dañar a la economía, o al menos a su expresión más social: cuanto menos tiempo se dañe a sectores de ocio y cercanía física masiva, mejor, claro No hay otra que parar la epidemia, aunque sea pan para hoy y cierta hambre para mañana. Parafrasea­ndo a aquel asesor de campaña archicitad­o: “¡La salud es pura economía, estúpidos!”

La dicotomía que se nos presenta entre salud y economía es falaz; sin vacuna no habrá atisbo alguno de prosperida­d

Salvar la situación sanitaria es la llave de toda economía; no hay otra opción posible

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