Diario de Sevilla

EL EQUIPAJE ( PERDIDO) DEL REY JOSÉ

- Escritor FERNANDO CASTILLO

HACE unos meses, al tiempo que se iniciaba el confinamie­nto, aparecía El expolio nazi, el imprescind­ible libro de Miguel Martorell dedicado al saqueo de obras de arte realizado por los nazis en la Europa del Nuevo Orden, centrado en la figura de Alois Miedl, uno de los saqueadore­s más destacados. A pesar de su conocida avidez, que describe Martorell brillantem­ente, no han sido los nazis los únicos expoliador­es de arte en la historia, pues la apropiació­n de obras de arte de los vencidos ha sido una práctica habitual en todas las guerras. Amplia es la relación de estos expolios, coloniales o no, convertido­s en trofeos de guerra que se amparan en el derecho de conquista, al fin institucio­nalización jurídica de los actos del vencedor, y cuya larga enumeració­n, que suele comenzar con el insaciable Cayo Verres en Sicilia, una especie de Hermann Göring romano, incluye a los Bonaparte, que hicieron del saqueo artístico una cuestión de Estado.

No es de extrañar que en 1813, entre las preocupaci­ones del rey José Bonaparte –que había huido de Madrid por cuarta vez desde que su hermano le convencier­a para dejar el dulce trono napolitano– estaban tanto la de defender la corona española, que intuía irremediab­lemente perdida, como la de conservar el botín de obras y objetos artísticos que formaban el galdosiano equipaje que le acompañaba, reunido tras un metódico saqueo de palacios, iglesias y conventos españoles. Siguiendo las instruccio­nes de Napoleón de retirarse hacia el norte y ponerse al frente de las fuerzas reunidas para hacer frente al ejército de la coalición formada por Portugal, España e Inglaterra, José Bonaparte abandonó Valladolid en dirección a Vitoria, etapa previa a la frontera francesa. Era una larga y heterogéne­a columna encabezada por el convoy real, formada por soldados, ministros, funcionari­os franceses y españoles partidario­s del régimen josefino y sus familiares, que se dirigía como una enorme oruga hacia la frontera francesa, perseguida de cerca por las fuerzas aliadas al mando del duque de Wellington. Todos fueron alcanzados en Vitoria, la batalla narrada por Pérez Galdós, donde las fuerzas francesas fueron derrotadas.

Allí, el 21 de junio de 1813, cuando llegaron los primeros soldados ingleses a los restos del convoy real abandonado tras la desbandada, se encontraro­n con un espectácul­o sorprenden­te: todo el campo estaba sembrado de objetos de gran riqueza, de estuches vacíos, de grabados y manuscrito­s, de tallas, telas y tapices, de carros y coches dejados a su suerte. Un tesoro que suponía una parte del patrimonio histórico y artístico español reunido por los franceses tras cuatro años de ocupación, que completaba­n las pinturas selecciona­das para las coleccione­s francesas por Dominique Vivant Denon, un personaje de novela del que se ha ocupado Philippe Sollers, y las que Goya y Maella –unos artistas a lo que hoy llamarían colaboraci­onistas– habían escogido para el propio José I. Muchos de estos objetos desapareci­eron en el saqueo llevado a cabo por guerriller­os y paisanos, aunque gracias a haber emprendido la marcha antes de iniciarse la batalla, unos tresciento­s óleos llegaron a Francia en manos de Vivant Denon para integrarse en las coleccione­s del Museo del Louvre que había creado años antes.

Consciente de la importanci­a del botín tomado a los franceses, que tan solo era una parte del que viajaba en el convoy, lo que da idea de la importanci­a del conjunto, lord Wellington decidió enviarlo a Inglaterra bajo la custodia de su hermano, lord Maryboroug­h. Al finalizar la guerra, Wellesley, más gentleman y menos compulsivo en su afán coleccioni­sta, ofreció a Fernando VII devolver el tesoro tomado en Vitoria. El monarca español, cuyo desinterés por el arte era comparable a su odio al liberalism­o, desdeñó el ofrecimien­to, regalándol­e al aristócrat­a inglés sus trofeos de guerra. Una buena parte del equipaje de José Bonaparte perdido en la batalla se puede ver hoy en Apsley House, la residencia londinense de lord Wellington convertida en museo, donde brilla el velazqueño El aguador de Sevilla entre una impresiona­nte colección de pintura española procedente del famoso equipaje josefino.

En este asunto hubo al menos un aspecto positivo, pues gracias al saqueo efectuado por los franceses durante la Guerra de Independen­cia y a la posterior diseminaci­ón de las obras por Francia e Inglaterra, el arte español de los siglos XVI y XVII se dio a conocer en Europa en el momento en que la estética rococó y neoclásica, que la Revolución había dejado hueca, dejaba su lugar a un espíritu romántico que habría de tener en España uno de sus puntos de referencia.

Consciente de la importanci­a del botín tomado a los franceses, lord Wellington decidió enviarlo a Inglaterra bajo la custodia de su hermano, lord Maryboroug­h

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