Diario de Sevilla

RELÁMPAGOS SOBRE LA CIUDAD DESIERTA

- CARLOS COLÓN ccolon@grupojoly.com

EL relámpago iluminó la habitación. Y como estábamos en toque de queda imaginé ese segundo de luz alumbrando las calles y plazas desiertas, reflejándo­se en los suelos mojados por la lluvia, rescatando de la oscuridad y el silencio de la ciudad sin vida los perfiles de las torres y las espadañas. Y alumbrando por un segundo los quietos, vacíos interiores de las iglesias. Naves que brotan de la oscuridad a la luz del relámpago para regresar a otra negrura aún más densa. Altares iluminados por el blanco fogonazo. Ojos, manos, gestos de las imágenes tomando forma por un brevísimo instante. Brillos de potencias, coronas y bordados reflejando en sus oros la luz del relámpago. Y al hundirse todo de nuevo en la total oscuridad, el sonido del trueno multiplica­do por las inmensas y oscuras cajas de resonancia de las bóvedas y las cúpulas de las iglesias.

Esa tarde lluviosa de ese viernes las plazas de la Virgen de los Reyes y del Triunfo estaban desoladora­mente vacías. Un único coche de caballos parado junto al templete del Triunfo del Patrocinio de Nuestra Señora alzado en el lugar donde se terminó, sin que nadie sufriera

Relámpagos alumbrando calles y plazas sin vida, reflejándo­se en los suelos mojados de la ciudad desierta

daño, la misa de la solemnidad de Difuntos interrumpi­da por el terremoto de Lisboa otro noviembre de catástrofe­s, el de 1755. Un guarda de seguridad en la puerta del Alcázar por la que nadie entraba o salía. Y nada más. Y nadie más. Sólo los toques de los cuartos, las medias y las enteras rompiendo desde la Giralda el silencio casi táctil.

En el interior de la Catedral debía hacerse más real que nunca la prodigiosa poesía que Juan Sierra dedicó al tránsito del Cristo del Calvario por ella: “La Catedral vacía. Se regala el silencio… / Ningún aliento roza la quietud lisa y firme / de esa alcoba de piedra donde Dios vela solo. (…) / Algo aguarda la sombra del hierro subterráne­o / donde yacen los muertos con su fina sonrisa. / (…) La oscuridad labrada se oculta en las capillas / donde los estandarte­s manchados de batallas / con sus telas podridas tiritando de mármol / se agarran a la aurora desesperan­te”. ¿Cómo sería, horas después, ese vacío, cuando la luz del relámpago entrara por las vidrieras y por la linterna de la Capilla Real haciendo brotar por un segundo de la oscuridad el rostro marmóreo del Cardenal Cervantes, el silencio esculpido de la Cieguecita, los bustos de los reyes de los casetones de la cúpula o la sonrisa de la Virgen de los Reyes?

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