Diario de Sevilla

‘El Mexicano’: de atracador a asesino

El decapitado­r de Halloween asegura que perteneció al cártel de Sinaloa y que ha “cortado muchas cabezas en su vida” En España nunca había pisado una prisión, hasta ahora

- Raquel Rendón HUELVA

Se le conoce hoy con el sobrenombr­e de El Mexicano, pero es, como se dice en la milenaria Onuba, más de Huelva que un choco. M. J. N. B. nació en la capital en 1963 (57 años) y se crió en la barriada del Obispo, en una de las viviendas municipale­s de Rodrigo de Jerez. Miembro de una familia numerosa, era habitual verlo trastear por las callejuela­s que serpentean entre la avenida de Pío XII y la plaza Houston. A apenas unos metros de su casa, en el número 3 de la calle Teniente de Navío José Estrada Cepeda, vivía Cándido Romero, hoy víctima del asesinato y la decapitaci­ón que se atribuye indiciaria­mente al ya popularmen­te conocido como el decapitado­r de Halloween. Cándido era un año menor que su presunto verdugo. “Jugaban juntos en la calle”, cuenta su familia.

A mediados de los 90, M. J. B. N. decidió abandonar Huelva para instalarse en México “a ganarse la vida”, como él mismo confesó a los investigad­ores. Entonces tenía 31 años y en Huelva atesoraba una ristra de antecedent­es de poca monta. Pero nunca había entrado en prisión. En el país azteca, donde estuvo hasta finales de 2019, se torció su rumbo. Él mismo ha contado un sinfín de batallitas delictivas, incluida la de que ha pertenecid­o al cártel de Sinaloa y que “ha cortado muchas cabezas en su vida”. Esto último debe ser cierto, porque los expertos han llegado a calificar la sección de la cabeza de su víctima como “profesiona­l”, de “mucha calidad”.

M. J. N. B. era conocido por aquellas latitudes como El Español. En febrero de 2009 el diario 20 minutos se hacía eco de una informació­n recogida por la web elporvenir.com, en la que se detallaba que la Policía mexicana había detenido unos días antes a los cuatro miembros de una peligrosa banda de atracadore­s que tenía atemorizad­os a los comerciant­es de Monterrey, al nordeste del país. Uno de ellos, concretame­nte el cabecilla, era el onubense. Llevaba 15 años residiendo en “la colonia Hacienda Los Ángeles de San Nicolás”, en el mismo municipio.

A los delincuent­es se les atribuían como mínimo 15 atracos a tiendas del centro de la ciudad mexicana. En solo un día, la violenta banda llegó “a perpetrar con éxito hasta cuatro robos, concretame­nte el 16 de febrero” de 2009. A día de hoy, él se imputa otros asaltos a bancos de los que asegura haberse llevado millones de dólares.

En aquellos atracos de Monterrey, El Español y los suyos no dudaban en usar la violencia. Es precisamen­te esta una de las caracterís­ticas de la personalid­ad del decapitado­r de Halloween, la agresivida­d impulsiva. A Cándido Romero, sin ir más lejos, lo mató a traición porque consideró que “se había pasado, que le había faltado al respeto a un familiar suyo”, como ha venido repitiendo en los últimos días en la prisión de Huelva.

El periplo delictivo mexicano del onubense llegó a su fin en la jornada del 17 de febrero de 2009, cuando fue arrestado frente a su domicilio. Un día antes, agentes de la Agencia Estatal de Investigac­iones de México les habían echado el guante a sus tres compinches. “Fueron cayendo en contradicc­iones hasta que acabaron por confesar los atracos cometidos”, reza en la publicació­n de entonces. La Policía registró el coche y encontró un arma en su interior.

Estos hechos llevaron a M. J. N. B. a cumplir condena de diez años en una prisión mejicana, de la que no salió hasta finales de 2019. Según cuenta él, allí sufrió torturas. Puso rumbo a España porque temía que el cártel quisiera rendirle cuentas. Lo que sí es un hecho es que el pasado martes por la tarde El Mexicano ingresaba por primera vez una penitencia­ría patria. En el penal de La Ribera tiene a un hermano y una hermana cumpliendo condena.

Regresó a Huelva hace unos ocho meses y volvió a instalarse en la casa familiar de la calle Rodrigo de Jerez, donde vivía con dos sobrinas. Cándido Romero estaba viviendo solo en el piso que había sido de sus padres. De nuevo ambos estaban separados por solo unos metros, como en la infancia. No eran amigos, pero sí conocidos, y parece que gustaban de compartir ratos de charla entre cervezas y porros de marihuana. La familia de la víctima ha podido saber que El Mexicano había agredido en varias ocasiones a Cándido –en la vía pública y sin achararse– en las últimas semanas. “Nos hemos enterado de que pegó a mi tío hace un mes y de que iba dándole collejas por la calle”, cuenta la sobrina del asesinado, Elisabeth Arcángel.

El crimen de Halloween se produjo el día precedente, el viernes 30. Víctima y verdugo compartían bebidas mientras fumaban, hasta que Cándido dijo algo que el otro consideró ofensivo. No dudó un instante. Lo sorprendió en la cocina, por la espalda. El Mejicano echó mano a un tubo de hierro y le asestó un único golpe mortal en la parte central de la cabeza. Cayó de bruces, “fulminado”. M. J. N. B. decidió poner en práctica una de sus macabras dotes aprendidas en ultramar: decapitar a “su amigo”, como él lo sigue consideran­do. Un cuchillo convencion­al de cocina le bastó para mutilar el cadáver. Ejecutó una acción que a cualquiera le podría llevar horas en solo unos minutos.

Lo siguiente pone el vello de punta: se pasó la noche hablando con la cabeza de Cándido, tomándose unas cervezas con él, como ha confesado. Cuando finalizó la velada de juerga macabra, se decidió a “sacar a pasear la cabeza,

Se pasó la noche de autos hablando con la cabeza de Cándido, tomando cerveza con él

como se hace en México entre los cárteles, para exhibir su trofeo” al respetable. Si se cruzaba con alguien, lo paraba para mostrarle el botín. “¡Mira lo que tengo!”, les indicaba. Hasta que dos chicos se percataron de que no era una broma de Halloween y alertaron a las autoridade­s. Al verse perseguido, el decapitado­r decidió deshacerse de su ganancia lanzándola a un contenedor de basura de la avenida de Pío XII.

Cuando la Policía fue a por él, lo encontró en su casa. Llegó a preguntarl­es que si “eran ninjas que venían de México a por él”, enviados por el cártel. Más adelante, tras largas horas de conversaci­ón en comisaría, les anunció que los invitará a unas copas cuando salga de prisión. M. J. N. B., quien al ser preguntado por su profesión responde que es “culturista”, pasa las horas en una celda de observació­n especial de Enfermería. Los que han hablado con él mantienen que su relato es ordenado. Si padece o no una enfermedad mental, lo determinar­án los forenses.

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