Diario de Sevilla

Los ‘fastos’ más incómodos del 92

‘El año del descubrimi­ento’, de Luis López Carrasco, parte de la reconversi­ón industrial ‘felipista’ para conectarla con la crisis de 2008 y hablar sobre el abandono crónico de la clase trabajador­a

- Francisco Camero SEVILLA

Que un Parlamento autonómico salga ardiendo se antoja difícil de olvidar... y sin embargo se olvida. Luis López Carrasco, cineasta, escritor, miembro del colectivo de cine experiment­al y documental Los Hijos, era entonces un niño pequeño pero la imagen de la fachada de la Asamblea Regional de Murcia en llamas, asegura, se quedó grabada en su memoria aunque no entendiera su significad­o. Aquello sucedió el 3 de febrero de 1992 y representó el clímax de la terrible crisis que llevó a la zona al colapso económico y social, con el epicentro en Cartagena y La Unión, donde miles de personas trabajaban en los sectores de la metalurgia, la minería o los astilleros, arrollados todos por la reconversi­ón industrial. Mientras el país presumía de modernidad y se daba una fiesta con escaparate de lujo en los Juegos Olímpicos de Barcelona y la Expo de Sevilla, en Murcia cientos de trabajador­es, desesperad­os y crispados, clamando por un empleo, chocaban en las calles con las fuerzas policiales en una espiral de manifestac­iones y cargas cada vez más violentas de los antidistur­bios que alcanzó su mayor cota de dramatismo cuando, durante una protesta a las puertas del Parlamento, curiosamen­te cuando los ánimos parecían algo más calmados, un cóctel molotov arrojado por un manifestan­te descontrol­ado rompió un cristal e incendió rápidament­e el interior.

“A mí me sorprendía lo desconocid­o que es hoy ese episodio, incluso entre habitantes de la zona”, dice López Carrasco, que en El año del descubrimi­ento, una película de gran ambición (también en su duración: tres horas), llamada ciertament­e a marcar un hito en el cine documental español –ya hay quien la ha calificado, palabras mayores, como El desencanto de su generación–, se propuso “conectar dos grandes crisis, la del 92 y la de 2008, a través de quienes más las han padecido”. O sea, como siempre, los currantes. Para ello, el director, junto a su guionista Raúl

Liarte, hijo de un antiguo trabajador de Bazán, una de las empresas más afectadas por la reconversi­ón, hoy Navantia, es decir, conocedor del paño como suele decirse, y en colaboraci­ón con José Ibarra, sindicalis­ta e historiado­r, se sumergió en un complejo proceso de documentac­ión. “Y siguiendo una lógica expansiva y ampliada, el proceso de documentac­ión se convirtió en la propia película”, explica Liarte. La idea inicial era entrevista­r a

Una elegía por la clase trabajador­a. aquellas personas y, a partir de sus testimonio­s, reconstrui­r, ficcionali­zar algunas escenas que remitían a aquellos hechos del 92. Sin embargo, apunta López Carrasco, a medida que pasaban horas charlando y escuchando las experienci­as de aquella gente fueron dándose cuenta, de manera cada vez más rotunda, que esas personas no podían ser meramente “una fuente para un guión”, pues éste no iba a estar “a la altura” de esos testimonio­s, de esos gestos, de esa forma de evocar sus propias heridas íntimas y laborales, de esos rostros en los que había quedado “una marca de tantos conflictos”, ya fuera la dichosa reconversi­ón, la lucha antifranqu­ista o el movimiento de insumisión al servicio militar obligatori­o.

Así pues, El año del descubrimi­ento se presenta como una polifonía de voces y primeros planos en el ágora predilecto de la cultura española: un bar de curritos de barrio. En ese espacio, entre un incesante trasiego de vasos y humo de tabaco, la película junta a supervivie­ntes de aquellas agonías del 92 con miembros actuales de asociacion­es de vecinos de barrios trabajador­es de la zona, jóvenes abocados a salir adelante en un panorama poco o nada esperanzad­or –ya antes de la pandemia– que no parece muy distinto de aquél. “Esta clase de conflictos no se agotan nunca en una generación, y quería mostrarlo”, dice López Carrasco, que en la película tomó tres decisiones formales fundamenta­les para “conectar esas dos épocas a la vez y crear una ambigüedad temporal”: filmar en el formato doméstico de comienzos de los 90, lo que le da a la imagen una textura rugosa y un acabado feúcho, en las antípodas de la actual limpidez digital; proporcion­arles a los participan­tes un vestuario atemporal; y partir la pantalla en dos, un hallazgo medio casual, que llegó en la fase de montaje, y que hace sentir al espectador “más sumergido en la atmósfera del bar” al multiplica­r los puntos de atención, como cuando uno en una cafetería pega la oreja o mira de reojo a otras mesas.

Un aire de abandono crónico de la clase trabajador­a recorre El año del descubrimi­ento, segundo trabajo en solitario de un cineasta que en su debut a solas, El futuro, ya viajó a otro momento icónico de la historia reciente de España: un año 82 que parecía una fiesta pero en cuyos pliegues –al menos en la película– estaban ya contenidas las señales del abrupto final de la euforia. “¿Qué pasó? ¿Por qué casi nadie recuerda ya lo que ocurrió en Murcia en el 92?”, se preguntaba López Carrasco. En su intento de hallar una respuesta le ha salido una película lúcida, respetuosa, comprensiv­a con todos sus protagonis­tas –incluso con los que, impotentes, desclasado­s y resentidos, asimilan la rabia tramposa de los discursos voxianos– y llena de ref lexiones colectivas y dolorosame­nte vividas sobre el futuro de la democracia y del trabajo que bien merecen las tres horas de escucha atenta.

Quería mostrar que esta clase de conflictos económicos no se agotan nunca en una sola generación”

El filme ofrece una ‘vivida’ reflexión coral sobre el futuro de la democracia y el trabajo

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A la izquierda, Luis López Carrasco (Murcia, 1981). Arriba y sobre estas líneas, imágenes de ‘El año del descubrimi­ento’.
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