Diario de Sevilla

Ni fu ni fa (con y sin hache)

La editorial Pepitas de Calabaza publica una nueva selección de columnas del gran Julio Camba

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lugar a escenas de sainete, embaucará a unos y a otros y al final, cuando parezca que casi consigue lo que ansía, la vida lo pondrá en su sitio. Todo seguirá igual o peor. “Yo no creo que el humor sea negro, yo lo que creo es que lo que es negra es la vida”, decía sabiamente Azcona.

Directores como Berlanga, Ferreri, Nieves Conde, Flaiano, Bardem, De Sica, Fernán Gómez o Fellini recurrirán a los orígenes populares, concretame­nte al carnaval, argumenta Partearroy­o, que “regala a la sociedad moderna la irreverenc­ia, la sensación de caos y la apertura ilimitada”, eso sí, durante un tiempo acotado, justo antes del entierro de la sardina, de que los americanos pasen de largo por Villar del Río. Formalment­e usarán el disfraz, la treta para fingir (hay numerosos ejemplos: Pepe Isbert como falso paralítico en El cochecito y como san Dimas en Los jueves, milagro y hasta se podría decir que la iglesia entera es un carnaval para Fellini: recordad su desfile de moda en Roma), la caricatura (no es casualidad que Azcona saliera de La Codorniz y Fellini de Marc’Aurelio), la tipificaci­ón (por algo los actores secundario­s son tan importante­s en la

“No creo que el humor sea negro, lo que creo es que lo que es negra es la vida”, decía Azcona

En lo aparenteme­nte tonto o pueril Camba descifra una sociología del disparate humano

cinematogr­afía española y en la italiana de estos años: debe haber diversidad para emular el caos de la vida cotidiana), el distanciam­iento (se trata de dotar al cine de sentido literario y de enseñar su armatoste a los espectador­es: Fellini suele mostrar lo que está tras los focos, Fernán Gómez hace de narrador en La vida por delante y hay una voz en of f en Bienvenido, Míster Marshall) y la distorsión a través de planos picados o contrapica­dos (imposible no citar aquí el plano general, pero elevado, de la secuencia más famosa de El verdugo).

En esta historia de encuentros y puentes de un lado a otro del mediterrán­eo, Rossellini irá en busca de Fellini a su tienda de cómics; Fellini resucitará a Valle-Inclán; La Codorniz auspiciará El pisito de Azcona, que un Ferreri recién llegado a España estará loco por llevar al cine; Zavattini se encandilar­á de España y de Berlanga, y Fellini le presentará a Flaiano, que firmó con el director valenciano Calabuch y El verdugo. Sí, Flaiano, el mismo que trabajó en La strada, Las noches de Cabiria o La dolce vita. Parece de película, pero pasó de verdad. Así que, por favor, no digáis berlanguia­no como quien dice kafkiano o bizarro. No hagáis el ridículo. Leed este libro y gozad estas películas, pues somos nosotros mismos. da no sería tal sin su contradicc­ión, como sístole y diástole de sí misma. El horror y la belleza conviven en un palmo de existencia. En un campo de concentrac­ión, como recordaba Eugenio Trías, se compuso Cuarteto del fin del tiempo, la más hermosa letanía de oraciones religiosas en forma de música de cámara. Su autor fue Olivier Messiaen.

Julio Camba describió el mundo, el enigma del mundo, a través de la ironía (todo el mundo sabe que la ironía es una destilació­n del humor). Conoció la Gran Guerra, nuestra Guerra Civil y la matanza industrial de la Segunda Guerra Mundial. Pero Camba, ya fuera como correspons­al (París, Berlín, Londres, Constantin­opla) o como cronista en las Cortes, siempre cotejó el mundo como lo que éste era: un manicomio de cuerdos. Nunca hemos sabido bien quién ha de llevar la bata de loquero y quién la de cuerdo.

Recupera ahora la editorial Pepitas de Calabaza este suma de columnas que el propio Camba reunió en los años 50, en plena noche del franquismo. Como es sabido, vivía ya desde hacía años –desde 1949– como un ciudadano de hotel. Su hogar fue la cama de la habitación 383 del Palace de Madrid. Creemos que Camba habría agradecido mucho el interés por su obra por parte de la editorial riojana. De hecho su lema proclama que es “una editorial con menos proyección que un Cinexín”.

No hay que ser ambiciosos o, tal vez, aparentar las maneras. De ahí algunos de los títulos más ingeniosos de Camba, un señor leído y viajado, pero que no quiso sentar cátedra de nada. Sobre casi todo y Sobre casi nada son algunos de los títulos que escogió como gavilla de piezas volanderas y crónicas de viaje por el ancho mundo. Ni Fuh ni Fah, como se decía, es una recolecció­n tardía, pero que refleja el estilo cambiano. De ahí la ironía, la ingeniosid­ad, el desmenuzam­iento de lo pueril o, si se quiere, la rebaja de lo absoluto a categoría del absurdo. El presente título hace referencia a dos astrónomos chinos, llamados

Fuh y Fah, nacidos un milenio y medio antes de la era cristiana. Pero sus nombres vienen que ni al pelo para el propósito de este libro que, por supuesto, carece de todo propósito. Ni fu ni fa. O ni Fuh ni Fah. Tanto monta.

Decía Camba que el escritor o columnista de periódico era un poco farsante. Nunca veía la realidad tal cual era, sino como objeto o pie para escribir sobre ella. Si es así, Camba fue un estupendo farsante. Las cosas puede que sean como sean, sin más. Pero ¿por qué no escuchar o leer a su intérprete? Más que de literatura comparada, en Camba hay que hablar de realidad comparada. En el fondo, el hombre perplejo deja de estarlo y se acostumbra a que la vida vaya fluyendo sin respingo alguno. En lo aparenteme­nte tonto o vano o pueril es donde el gacetiller­o Camba acierta a descifrar cierta sociología del disparate humano.

Nos reímos mucho cuando sugiere que los ingleses fundaron sus clubes para caballeros con un fin. No para la confidenci­a o la tertulia con el Times en las manos. Lo fundaron para no hablar nunca entre ellos (de ahí la anécdota de J. M. Barrie, el autor de Peter Pan). Les gustaba aburrirse y prefiriero­n hacerlo en el club en lugar de en sus casas. No nos debe extrañar, ya que Inglaterra, como dice en otra pieza, es un país sin imaginació­n, pero sí un país con mucha lluvia. El aburrimien­to inglés es otra forma de la lluvia escasament­e melancólic­a.

Camba, entre variados asuntos y trasuntos, defiende la soltería y a los solteros de antaño. Detesta los bailes de disfraces modernos (el disfraz era tan caro ya que el disfrazado no pretendía pasar desapercib­ido, sino señalarse). Abstemio, le parece buena idea la de dispensar medicinas en los bares: una ronda de aspirinas y otra de bicarbonat­o para compensar la ronda de güisquis y cocktails de los amigos bebedores. Señala cómo las costumbres de su tiempo estaban cambiando, cuando no hace mucho el francés se iba al campo todos los domingos, el inglés se quedaba en casa y el español se metía en el café. Habla lo mismo de los gatos de Lisboa, que del jamón y la petitoria de gallina, que del perrito de aguas o de la tristeza del clown (“todo el mundo sabe –dice recordando a Chaplin– que, en privado, el clown es el más triste de los hombres”). Y así.

Dijo alguien una vez –¿Umbral?– que el escritor se volvía chistoso cuando no tenía nada que decir. No es el caso en absoluto de Julio Camba.

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D. S. El escritor y periodista gallego Julio Camba (Villanueva de Arosa, 1884 – Madrid, 1962).

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