Disfrazar rigores con el canto
Fue Petrarca quien dio el giro trascendental en la poesía occidental al reasignar la materia prima poética a la vivencia interior del amante en vez de a la descripción del juego amoroso cortesano. Desde ese momento, el poeta se canta a sí mismo, a sus dolencias sentimentales, a sus frustraciones, a su imposibilidad de alcanzar la dicha amorosa, a la eterna dilación de la culminación gozosa del amor. Porque un amor feliz no es digno de ser cantado, sólo los amores frustrados, los inasequibles, los imposibles, los despreciados, los soñados, los imaginados; sólo ésos merecerán la imperecedera fama de la poesía y del canto.
Hay veces en que vida y poesía parecen no casar y uno de esas veces es la que une a José Marín y sus canciones o tonos humanos. Pendenciero, ladrón y asesino, a pesar de sus hábitos talares, junto al conocido dramaturgo Juan Bautista Diamante, torturado, encarcelado, degradado y reinsertado como cantor. Sí, pero también autor de las más refinadas canciones del barroco hispano, como tuvimos la ocasión de comprobar en este soberbio recital. Pocos acompañantes más imaginativos y creativos existen hoy día como Rincón, capaz de superponer una jácara a una canción de Marín y de reinventarse todos los acompañamientos con una riqueza, finura y limpieza difíciles de superar.
Y junto a él un Sancho en plenitud de facultades, con su voz sedosa, clara, rica en armónicos, f lexible al máximo, capaz de sensibles matizaciones y de regulaciones de elegante efecto expresivo. Dominó como pocos la retórica de los afectos mediante retardos en palabras como suspirar o énfasis sobre inf lamar.
Impresionante demostración de gusto y sensibilidad de ambos músicos