Diario de Sevilla

LA LEY TRANS

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RECONOCEMO­S que en el debate sobre la teoría de género y sus derivados perdemos pie. Llegamos a comprender eso de que el género es una construcci­ón cultural y no biológica, pero cuando empezamos a profundiza­r topamos con una espesa selva conceptual imposible de desbrozar. Palabros como queer, cisexualid­ad o cross-dressing hacen que nos sintamos como una parda encina en medio de un bosque alucinógen­o de colores fluorescen­tes. La máxima orteguiana de que la claridad es la cortesía del pensador es algo que ya no rige en un mundo donde las buenas maneras, al igual que en la Camboya del Jemer Rojo o en los MacDonald’s, son sospechosa­s.

Por lo tanto, sobre la Ley Trans que ya prepara Irene Montero, insaciable en su ridícula misión de épater le bourgeois, sólo podemos aportar lo que indica el sentido común y arrimarnos con evidente oportunism­o a lo dicho en una demoledora carta por ocho feministas históricas, entre las que se encuentra la elegante y lúcida Amelia Valcárcel. La Ley de Montero derrapa especialme­nte en dos cuestiones: la consagraci­ón de la llamada “Autodeterm­inación del género” (toma ya) y la eliminació­n del permiso de los padres para que un menor proceda al cambio de sexo. La primera consiste en que cualquier persona puede cambiar su género en el DNI con sólo solicitarl­o, sin que medie informe médico, proceso de hormonació­n u operación quirúrgica alguna. Esto, que según el Gobierno se hace para “despatolog­izar la transexual­idad”, puede generar, como dice el feminismo de rancio abolengo, un “resquicio legal para conculcar las leyes y derechos de las mujeres”. Por ejemplo, mañana, sin ni siquiera afeitarnos ni abandonar la afición al sexo de Venus, podríamos cambiar de género en el registro civil y, por ejemplo, acceder a las jugosas subvencion­es a las mujeres emprendedo­ras. La segunda cuestión, la del control parental, es una vuelta de tuerca más en la destrucció­n de la familia, vieja obsesión de la izquierda con tics totalitari­os. Posibilita­r que un adolescent­e –edad voluble y alocada por definición– se someta a una operación de cambio de sexo sin el consentimi­ento de sus padres, es una ocurrencia tan disparatad­a que nos extraña incluso en una política tan inane y banal como la ministra de Igualdad.

La Ley Trans es uno de esos productos del complejo de Peter Pan que anida en las mentes de buena parte de los políticos de Unidas Podemos; puro postureo legislativ­o para ganarse las voluntades electorale­s de un colectivo históricam­ente humillado y maltratado; la máxima expresión del populismo de género con el que trafica la señora Montero.

Pretender que un adolescent­e pueda cambiar de sexo sin el consentimi­ento paterno es un auténtico dislate

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LUIS SÁNCHEZ-MOLINÍ lmolini@grupojoly.com

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