Diario de Sevilla

LA SUDADERA

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GAP, la marca americana de ropa informal que, además de camisetas y vaqueros, vende en su web alguna que otra moto woke, colgó en Twitter la mañana siguiente a las elecciones USA una imagen de una sudadera azul y roja –los colores demócrata y republican­o– acompañada de esta leyenda: “Lo único que sabemos es que juntos podemos avanzar”. El intento de la firma de propiciar el armisticio político chocó con la cruda realidad de un país devastado por el odio: después de recibir 700.000 visitas y un número similar de insultos, la imagen fue eliminada.

La historia de la política estadounid­ense en lo que llevamos de siglo ha sido la de una creciente polarizaci­ón, un ciclo de retroalime­ntación nihilista que ha hecho que el país sea casi imposible de liderar. Y las elecciones del año de la plaga, que los encuestado­res – wrong, wrong, wrong– pronostica­ron como las de la marea azul, el deslizamie­nto de tierras que resolvería para siempre la cuestión de la identidad política norteameri­cana, han resultado ser la confirmaci­ón de una realidad que estaba a la vista, pero muchos se negaban a admitir: los Estados Unidos son hoy una nación partida en dos. Dos naciones separadas por un muro de intoleranc­ia y sectarismo. Una división que

Trump ha contribuid­o a exacerbar, pero que no empezó con él ni terminará con su salida de la Casa Blanca. El Partido Demócrata, cada vez más radical –más podemita, para entenderno­s– no es ajeno al problema.

Eli J. Finkel, analista político del New York Times y autor de un bestseller sobre el matrimonio moderno, compara la situación de los Estados Unidos con la de las parejas que se divorcian: “Si te propusiera­s la diabólica tarea de construir el matrimonio más tóxico posible, maximizarí­as el desprecio, te aseguraría­s de interpreta­r las acciones de tu pareja de la manera más negativa, te rodearías de personas que odian a tu cónyuge”. América es, de un tiempo a esta parte, la tierra de la desconfian­za y el rencor: no sólo entre líderes políticos, también entre los segmentos de población que los sustentan con sus votos. El elector red considera al demócrata miembro de una élite engreída y arrogante; el votante blue, por su parte, juzga al seguidor de Trump primitivo y paleto. La ausencia de empatía ha llevado a una sociedad otrora vigorosa y compacta a su estado actual de quiebra emocional. La tierra se ha deslizado, sí, pero hacia los extremos. Y cuando los extremos entran por la puerta la democracia acaba saltando por la ventana.

Los EEUU son hoy una nación partida en dos. Dos naciones separadas por un muro de intoleranc­ia y sectarismo

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MARTÍN DOMINGO www.martindomi­ngo.es

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