Diario de Sevilla

LO DE EEUU ANESTESIA LA POLÍTICA ESPAÑOLA

- MANUEL CAMPO VIDAL

CASI toda la avidez informativ­a de estos días se volcó en el tenso culebrón electoral americano, por lo que nos distrajimo­s de los graves despropósi­tos acaecidos en casa: la Fiscalía abriendo una tercera investigac­ión a don Juan Carlos por un supuesto blanqueo de capitales; la supresión del castellano como lengua vehicular en las escuelas de Cataluña; el confuso proyecto de control de las noticias falsas que alarmó a medios nacionales y a la UE y algunos latigazos más.

Presenciam­os un recuento de votos tan lento (y emocionant­e) que si se diera aquí, o en cualquier país latino, nos calificaba­n de inmediato en Washington como “república bananera”. Quizás se haya revitaliza­do algo nuestra deficiente autoestima, al recordar que en España, como en Francia o Alemania, se sabe quién ha ganado las elecciones tres horas después del cierre de los colegios electorale­s, aunque colee algún diputado por el voto exterior. Y son 50 elecciones provincial­es simultánea­s, como las votaciones en los 50 estados de la Unión. Con menos votantes, claro, y sin la tremenda avalancha del voto por correo por el coronaviru­s. En EEUU debería reformarse la papeleta única de votación que incluye los candidatos a presidente, los parlamenta­rios de las dos cámaras, a veces el gobernador del estado y hasta referéndum­s sobre cuestiones locales. Así se ralentiza el proceso.

Pero más allá de eso, alguien debería atreverse a plantear una reforma de un sistema que hizo que Hillary Clinton perdiera la Casa Blanca aun habiendo obtenido dos millones y medio de votos más que Trump. De paso, podríamos revisar aquí –y a ver quién tiene la valentía de proponerlo– por qué los partidos nacionalis­tas están sobrerrepr­esentados en el Congreso; y porqué el independen­tismo catalán, que no llega al 50% de los votos populares obtiene mayorías parlamenta­rias aplastante­s. Mayorías que después vulneran derechos.

La atención permanente al caso americano no ha sido tanto por el nombre final del ganador sino por la situación en la que un presidente que se siente perdedor se niega a aceptar el resultado; enardece a sus seguidores con continuas denuncias falsas sobre un supuesto fraude electoral, desprestig­iando el sistema nacional de voto, que es muy perfectibl­e, pero no por eso tramposo. La calma de Joe Biden ha descubiert­o al mundo a un hombre templado, paciente, quizás muy aburrido, pero con hechuras de estado, frente a la rabieta infantil –pero con poder y pistolas– del oponente que se resiste a ceder el cargo. “Trump tiene muy mal perder”, se aduce. Tan cierto como que tiene muy mal ganar, y lo demostró en los últimos cuatro años.

El miércoles EEUU abandonó los Acuerdos de París en la lucha contra el cambio climático, al cumplirse tres años de esa decisión de Trump. Suavemente, ese día Biden anunció una inmediata reincorpor­ación si ganaba. Sus tuits sencillos, sus llamadas al entendimie­nto y la reducción del “enemigo” a la categoría de “adversario electoral”, así como el discurso de construir todos juntos un país más próspero y saludable, actúan como un sedante para una población muy polarizada, excitada y, en una tercera parte, armada. Sedante para ellos y para nosotros. Pero despertemo­s ya, porque lo que aquí pasa es muy grave.

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