Diario de Sevilla

CONNERY Y EL MANI

- PILAR FUERTES

EN menos de una semana se fueron los dos. Y con sus distancias a años luz, con sus diferencia­s como de polos norte y sur, ¿dónde podría yo encontrar un lugar de coincidenc­ia entre Sean Connery y El Mani? ¿Es posible indagar la unión de dos geografías tan lejanas como Edimburgo y Gines? ¿Qué pretensión tan desconocid­a sería la de hallarlos juntos en un mismo sitio?

Connery llevó lo de Bond casi por encima de su auténtico apellido. Tanto que llegó a hacer sentir tal imperio de identidad, que sus sucesores en el famoso papel parecían descendien­tes que heredaban su nombre completo, tal como él lo decía: “Me llamo Bond, James Bond”. El cine se aferró a no perderlo nunca, rescatándo­lo varias veces en usurpacion­es más o menos logradas de su imponente personalid­ad. Y el propio Connery se salvaría fuera de la piel del agente secreto que fue, como si una médium lo hubiera dotado de existencia externa por las rutas peligrosas de Indiana Jones. Lo suyo fue siempre el riesgo y la virtud de hacerse continuame­nte con la vida justo en el último segundo antes donde la vida encuentra su forzoso e inevitable final.

José Manuel Rodríguez, El Mani, surgió de su voz entre candelas, esas que en la alta noche de los pinos empiezan con cuatro amigos en torno a una pequeña llama, y terminan reuniendo a una hermandad entera, alrededor de hogueras incesantes de emociones rocieras en la madrugada. Nunca tuvo que mutarse en otro que no fuera El Mani, siempre fue un cante de aroma y olores tempranero­s de retama, siempre un color verde de romero y Betis, y un compás de sevillanas bien cargado en la suerte de los matices.

¿Qué tendrán que ver Connery y El Mani? Pues que fueron artistas. Y esa raza, se encuentre donde se encuentre por este planeta de comunes donde ellos siempre parecerán - como en la ranchera- de un mundo raro, esa raza digo, esa gente extraña como su genialidad, acaba reunida en el corazón de quienes tanto les admiramos. Allí, sólo allí, los menos parecidos y comparable­s, como un actor escocés y un cantaor de Gines, reposan juntos entre nuestros recuerdos más felices.

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