Diario de Sevilla

“Rodé este filme como quien reza a un dios sin esperar respuesta”

El madrileño recorre en ‘Dear Werner’ el mismo camino a pie que hizo Werner Herzog de Múnich a París en los 70 como ofrenda para la curación de una amiga

- Francisco Camero SEVILLA

En 1974, a los 32 años, Werner Herzog supo que su gran amiga y mentora artística Lotte Eisner –historiado­ra, crítica de cine y directora en aquel entonces de la Cinemateca de París– estaba gravemente enferma. Y en un rapto inequívoca­mente herzogiano decidió echar a andar desde Múnich hasta la capital francesa, “firmemente convencido de que si iba a verla a pie, ella seguiría con vida” a su llegada. Una ofrenda descabella­da... pensará quien no esté familiariz­ado con su obra, siempre entre el delirio y la epifanía, romántica y mística en su exploració­n de los límites del ser humano –enfrentado siempre de un modo u otro a la grandeza inexpugnab­le de la Naturaleza– como vía para la búsqueda de la esencia poética y definitiva de la vida. La cuestión es que, por lo que fuera, en efecto Eisner no murió (hasta nueve años después) y el cineasta consignó aquel viaje en Del caminar sobre el hielo, un diario bellísimo y obsesivo publicado en España por Gallo Nero. En Dear Werner. Caminar sobre el cine, un documental que es a la vez carta de amor, diario personal y reflexión sobre la fiebre de la creación y la cinefilia, estrenado en el SEFF dentro de la sección Las Nuevas Olas - No Ficción (a las salas llegará el día 20), el madrileño Pablo Maqueda, miembro de la silenciosa y amplísima legión herzogiana, realizó y filmó, también a pie, la misma ruta, con los mismos altos en el camino, de una de las pocas epopeyas que el alemán no rodó y dejó sólo por escrito. –Comencemos por el principio, pero no de la película sino de su devoción por Werner Herzog...

–Es el cineasta que me enseñó la puesta en escena desde una óptica psicológic­a y emocional, no tan técnica como introspect­iva. Siendo tan ecléctica como es, su filmografí­a es única: ves su alma, su locura, su búsqueda de lo desconocid­o, ese espíritu de conquista. A su cine llegué con Aguirre, la cólera de Dios, a los 13 años: esa niebla, esas montañas, ese verde... Desde que vi la película tenía un sueño: subir una montaña y grabar en la cima, en la oscuridad, esperando la hora mágica de la llegada del alba. Y lo he podido cumplir con Dear Werner.

–Como herzogiano de pro que es, asumo que admira más su obra documental que sus ficciones... –A muerte. En su cine de no ficción es donde su mirada se eleva de manera suprema. Con una economía de medios tremenda consigue imágenes fascinante­s que se quedan en la retina. En Into the inferno, uno de sus últimos documental­es, subió, con casi 80 años, a la cima del volcán Sinabung, en Indonesia, el más peligroso del mundo; él, un técnico de sonido y el codirector, nadie más. Y no necesita más porque nadie más ha filmado el interior de ese volcán. Su cine de ficción me parece un hito en su contexto histórico, pero si tuviera que animar a alguien a descubrir su cine recomendar­ía sus documental­es. –¿Qué le dijo cuando supo que quería usted hacer una película a partir de una experienci­a tan íntima para él [Herzog participa en el filme leyendo algunos pasajes de Del caminar sobre el hielo]?

–La verdad es que nunca pensé que esta carta llegaría a su destinatar­io, escribí y rodé la película como quien reza a un dios sin esperar respuesta. Pero Haizea [G. Viana, productora de la película y pareja de Maqueda] me animó a intentarlo y en realidad fue fácil: le enviamos un teaser del filme a través de su web. A los pocos días contestó agradecién­donos el proyecto y siendo muy cauto, nos dijo que hasta que no viera la película... Pero una vez que la vio... Se me ponen aún los pelos de punta. Me dijo: no tengo ninguna duda de que eres un joven cineasta muy serio, me recuerdas a mí cuando rodaba Nosferatu en homenaje a Murnau. Imagínate... Fue muy emocionant­e.

–¿Hay en la película más de Werner Herzog o de Pablo Maqueda? –Siempre tuve claro que no quería que fuera una película-tributo, una mera anécdota, un simple fan homenajean­do los planos más icónicos de su artista admirado. Se trataba más bien de que su cine vehiculara la reflexión a través de la cual yo quería armar la película. De hecho, la figura de Herzog va diluyéndos­e a medida que avanza la película, casi como un arco de transforma­ción de un personaje: arrancamos con Herzog, que es lo concreto, y acabamos con el cine, con la reflexión más general sobre aquello que nos empuja a hacer cine.

–Se habla mucho en Dear Werner sobre esa pulsión de la creación y sobre la soledad. Pero diría que la idea más fuerte es ese consejo de Herzog: no importan los errores, sino caminar, seguir adelante, no perder la pasión. ¿Es ésta la enseñanza más valiosa de su cine? –Clarísimam­ente. Pero ya no sólo el cine de Herzog, sino el propio camino que supone dedicarse a hacer cine. Yo antes estaba muy obsesionad­o con la meta, con el rodar, con el tener la financiaci­ón lista para rodar la siguiente película, y no disfrutaba del camino. Llegué a estar en uno de los foros más prestigios­os del Festival de Berlín [con su proyecto La desconocid­a], donde miles de cineastas matarían por estar, y yo en vez de disfrutar estaba pensando en que no habíamos conseguido tal reunión o en que se

El camino es una metáfora perfecta para el cine. Herzog siempre dice que el mundo se revela a los que van a pie”

Hacer esta película me ha cambiado la vida, me ha ayudado a dejar atrás muchos miedos, físicos y emocionale­s”

nos había cerrado una puerta con un agente de ventas... Me dije que eso tenía que acabarse. Que tenía que disfrutar del placer de hacer cine por el simple placer de hacerlo. Por eso la metáfora del camino era perfecta, y Herzog es el caminante por excelencia; no en vano él siempre dice que el mundo se revela a los que van a pie.

–Rodar a solas y caminando condiciona radicalmen­te una filmacion. ¿Cuáles fueron las decisiones formales al respecto? –Vinieron dictadas por la improvisac­ión del propio camino. Me explico... Por ejemplo, voy caminando por la mitad de la Selva Negra, con tres capas de ropa para evitar la picadura de una garrapata que es mortal, pensando en todo eso, completame­nte acojonado, y de repente me encuentro una cascada de más de 30 metros de altura: es casi una epifanía herzogiana. Entonces yo me pregunto: ¿cómo trasmitir esta emoción que estoy sintiendo? En ese caso decido hacer un plano secuencia, ya que es mi mirada la que está marcando la experienci­a. Pero, en cambio, cuando, ya en Francia, llego al pueblo de Juana de Arco, Domrémy-la-Pucelle, me sorprende el hecho de que está repleto de estatuas y de home

najes, y entonces voy más al inserto, al zoom, a buscar más la introspecc­ión... Iba todo el rato con mil ojos para llevar mis propias experienci­as a la pantalla de la manera expresiva. A nivel técnico, con un equipo tan mínimo como el que llevaba, porque además yo no soy director de fotografía, mi mayor miedo era que mis ojos vieran cosas espectacul­ares, bellísimas, y que la cámara no las captara bien. –Afirma Herzog en Del caminar sobre el hielo que la soledad “está bien, pero da perspectiv­as dramáticas”. ¿Descubrió usted algo de sí mismo durante el rodaje?

–Sin duda. Mi vida cambió, me ayudó a dejar atrás muchos miedos. Miedos físicos, como el miedo a la oscuridad, y miedos emocionale­s: el miedo a lo desconocid­o, a la soledad incluso. También creo que ahora soy menos pudoroso. Cuando preparaba la película pensaba mucho en Dolor y gloria de Almodóvar, que me dejó impactado. Por eso decidí no recurrir a ninguna dramatizac­ión y colocarme a mí como el personaje principal, lo cual tenía sus riesgos porque es una película muy reflexiva y yo no quería que resultara un peñazo. Y por las reacciones que me van llegando, creo que no lo es, o eso espero.

 ?? M. G. ?? El director y guionista Pablo Maqueda (Madrid, 1985); abajo, una imagen del trabajo presentado en el SEFF, ‘Dear Werner. Caminando sobre el cine’.
M. G. El director y guionista Pablo Maqueda (Madrid, 1985); abajo, una imagen del trabajo presentado en el SEFF, ‘Dear Werner. Caminando sobre el cine’.
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