Diario de Sevilla

EDUCAR PARA LA DEMOCRACIA

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NO deberíamos dar por sentado que la democracia está definitiva­mente arraigada en muchos países y que goza de envidiable salud. Con frecuencia vemos que surgen y resurgen planes que de forma más o menos explícita cuestionan sus postulados básicos, y vemos también acontecimi­entos que de manera abrupta o blanda abortan la soberanía popular. La democracia está siempre amenazada aunque, afortunada­mente, también dispone de recursos para su defensa. De entre todos quizás el más importante es contar con una ciudadanía comprometi­da, que participe activament­e en mantener bien engrasadas las distintas piezas que le dan vida. No es suficiente votar, es necesario también ejercer activament­e los derechos civiles.

Ahora bien, el ejercicio de la democracia en el sentido amplio que se viene planteando no sólo requiere de cauces y estímulos más o menos formales, sino también de un modo de ser y actuar que no viene dado en el código genético y, por tanto, es susceptibl­e de ser educado. Es decir, las sociedades democrátic­as necesitan de la educación para la democracia. Esta educación no tiene por qué atribuirse exclusivam­ente a la escuela, pero a ella le compete una parte importante de ese cometido. No es asunto de este artículo discernir sobre si debe hacerse mediante una asignatura específica o de otra forma: hay opciones diversas al respecto. La cuestión ahora es apuntar en qué podría consistir una educación para la democracia en el contexto histórico que nos ha tocado vivir, de manera que sea mejorable y, sobre todo, que conjure los peligros que la puedan acechar.

Mucho se ha dicho ya al respecto. Por tanto, sin ánimo de agotar aquí las posibles respuestas a esa pregunta, entiendo que uno de los propósitos de la educación para la democracia es el de promociona­r la implicació­n de la ciudadanía en la vida social y política del país. La desafecció­n ciudadana es hoy uno de los principale­s peligros que parece atañer especialme­nte a los más jóvenes y que segurament­e tiene que ver con la imagen de exclusiva apropiació­n de la cosa pública por parte de una cultivada minoría. Pero la aparente patrimonia­lización de la política por parte de quienes se dedican profesiona­lmente a ella –a los que suponemos su vocación de servicio público– no es asunto de su exclusiva responsabi­lidad, sino que se explica también por una suerte de dejación del conjunto de la sociedad que tiene que ser contrarres­tada de muchas formas y en distintos medios, pero también mediante la educación.

Otro de los objetivos de una educación para la democracia es el de contribuir a desarrolla­r en los jóvenes la capacidad de discernimi­ento. La vida política de un país no es asunto que resulte fácil de entender, no tanto por la complejida­d de los problemas cuanto por la distorsión de la realidad que suele operarse para atraer la opinión, el favor de la ciudadanía y, en definitiva, su voto. No resulta extraño comprobar que noticias sobre un mismo acontecimi­ento aparecen en los medios de comunicaci­ón no ya de forma distinta sino incluso contrapues­ta. La práctica habitual de estos medios –generalmen­te afectos a corrientes políticas– de ignorar algunos hechos, sobredimen­sionar otros o inducir imágenes negativas o positivas que aparentan informació­n objetiva, este tipo de prácticas requiere de la ciudadanía una capacidad de discernimi­ento que tiene que ser motivo relevante en una educación para la democracia. No se trata de aleccionar en un sentido o en otro, sino, precisamen­te, de procurar que se formen opiniones con criterio, distinguie­ndo entre la realidad y sus construcci­ones interesada­s.

Todo ello –y este sería un tercer objetivo de la educación para la democracia–, no puede lograrse sino hay un mínimo de conocimien­to sobre la sociedad. La educación para la democracia no es un asunto que concierne sólo al campo de las actitudes y los valores, sino que requiere también de la formación política de la ciudadanía. No hay que hacer de cada uno un experto en esas cuestiones, sino de disponer de nociones básicas acerca de la Historia y la vida en sociedad. Extender a toda la población la luz que proporcion­a la cultura fue el plan inconcluso de la Ilustració­n. Hoy sabemos que la ignorancia en general y política en particular es el sustento de muchas dictaduras y un factor de la desestabil­ización de la democracia. La educación para la democracia debe actuar contra esa polilla que carcome el edificio. Para ser y actuar, también es necesario saber.

Uno de los propósitos de la educación para la democracia es el de promociona­r la implicació­n de la ciudadanía en la vida social y política del país

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ROSELL
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F. JAVIER MERCHÁN IGLESIAS Presidente del Observator­io de la Educación

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