Diario de Sevilla

LAS COLAS DEL HAMBRE Y EL IMV

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SEGÚN la European AntiPovert­y Network, hay 12 millones de personas (el 26% de la población) en riesgo de pobreza o exclusión social en España. Mejor dicho, había en 2019, porque el dato de 2020 todavía se desconoce, aunque las expectativ­as son pesimistas. Podemos irnos a dormir cada noche olvidándon­os del problema. Correspond­e resolverlo a los gobiernos, aunque tampoco parece que sus miembros se desvelen por el tema. Hay otras muchas cosas que arreglar y afortunada­mente se puede contar con el esfuerzo de las organizaci­ones benéficas que tienen experienci­a y no descansan, aunque también ellas están desbordada­s.

La cuestión es que la pobreza no es sólo un problema social abominable, también es un fallo del sistema capitalist­a. Tan importante que, si crece en exceso, puede amenazar la estabilida­d del modelo social y la historia está llena de episodios revolucion­arios que persiguen modelos alternativ­os al capitalism­o. Unos triunfan y otros no, pero lo habitual es que terminen agravando el problema de la pobreza y reprimiend­o las libertades para encubrir el fracaso.

La Renta Básica Universal (RBU) es una vía alternativ­a de solución al problema de la pobreza como fallo del capitalism­o, pero desde dentro del sistema. La respuesta española frente a la presión generada por el coronaviru­s y las colas del hambre es el Ingreso Mínimo Vital (IMV), dotado con 3.000 millones de euros en el proyecto de Presupuest­os para 2021 y con la intención de llegar a 550.000 hogares a final de año, de los 850.000 potenciale­s estimados por el ministerio. De momento todo son problemas debido al colapso administra­tivo provocado por la avalancha de solicitude­s, pero la experienci­a es suficiente para afirmar que entre el IMV y el concepto de RBU existe una notable distancia.

La diferencia básica es que para acceder al IMV se exigen requisitos, mientras que la percepción de una renta básica se entiende que debe ser incondicio­nal. Los dos reciben críticas porque pueden resultar muy costosos, desincenti­var la búsqueda de empleo y estimular la inmigració­n ilegal, hasta amenazar la sostenibil­idad del conjunto del sistema de bienestar. También se argumenta que ya existen mecanismos asistencia­les que permiten satisfacer las necesidade­s de la población vulnerable, pero la realidad es que la edad, la duración del desempleo, el lugar de residencia, el nivel educativo y otras circunstan­cias, como los empleos amenazados de desaparici­ón por la inteligenc­ia artificial y la robotizaci­ón, elevan el tamaño de la población en riesgo de exclusión.

El derecho al subsidio por desempleo exige demostrar la búsqueda activa de trabajo y a una pensión un determinad­o número de años de cotizacion­es, pero el derecho a una RBU debe estar al margen de estas circunstan­cias y alcanzar incluso a los hogares donde la precarieda­d del empleo o la insuficien­cia del salario lo justifique porque el objetivo es dotar de seguridad financiera básica a la población. Será costoso y las críticas pueden estar justificad­as, pero las colas del hambre indican que merece la pena intentarlo y, de paso, congratula­rnos por la intención de racionaliz­ar los requisitos para acceder al IMV.

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JOAQUÍN AURIOLES

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