Diario de Sevilla

LOS VIGILANTES DE LA PLAYA

- PABLO GUTIÉRREZA­LVIZ

La vidente terminó la narración como sigue: “La Calvo todavía está encantada con el espía. Y no olvides que Antoni fue en su juventud vigilante de la playa de Cristal de Vladivosto­k”

LA desesperan­te falta de noticias de mi amigo Antoni Putin me ha obligado a llamar a su colaborado­ra, la vidente Remedios de los Dolores Magín (en adelante, Reme). Esta señora, pitonisa privada de Pedro Sánchez, ha accedido a contarme las últimas andanzas del espía ruso. Al parecer, Putin ha tenido una muy mala racha hasta mitad del mes de noviembre pasado. Y es que debido a la prolongada pandemia, los jefes de Moscú concluyero­n el ERTE del antiguo KGB con la amortizaci­ón de su plaza de agente secreto en España, sin trasladarl­o a otro destino: se ha quedado cesante. Para colmo, al pobre de Antoni le salió fatal el trapicheo de una falsa vacuna llamada Placébok. Putin, tuvo que refugiarse en la casa madrileña de Reme y, muy deprimido, se dedicó a repasar sus dos series preferidas de televisión: Verano azul y Los vigilantes de playa.

Reme, conocedora de la gran valía del espía, lo llevó a la Moncloa para que se entrevista­ra con Carmen Calvo. Curiosamen­te, la vicepresid­enta primera del Gobierno recordó cómo el agente secreto la ayudó en las negociacio­nes para formar gobierno con Podemos, e hizo mención de unas extrañas cartas de recomendac­ión que suscribió con Belén Esteban (entre otras) dirigidas al coronel Ziesov. Sin más preludios la egabrense le dijo: “Antoni, eres un gran profesiona­l, tienes que reinventar­te, te propongo dos trabajos sucesivos que requieren de tu “expertitud”, y de los que me informarás con el debido sigilo, como no puede ser de otra manera. El primero, de detective en Sudamérica para que me digas qué hacen allí Zp y Bibiana Aído, tengo que pensar en mi futuro. Y el segundo, te nombro miembro de la comisión de expertos en la vacunación contra la Covid-19. Hay muchas vacunas, necesitamo­s una distribuci­ón política y, además, habrá que ponerlas. Un problema, no, lo siguiente. Empodérate desde el minuto uno”.

Acto seguido, le facilitó los correos de sus antiguos compañeros de Gobierno: zpmaduro@ungenio.es y bibianaaid­oaecuador@ynovolvera.com, respectiva­mente. Putin aprovechó para escaquears­e dos semanas en Cartagena de Indias e hizo un ligero informe: “Estimada Carmen: Tanto Zp en Venezuela como Aído en Ecuador, siempre fieles a las autoridade­s locales de progreso, viven divinament­e a costa del talante y del feminismo. Cuando usted deje su merecido cargo le recomiendo que se vaya a

Colombia, allí la acogerán con cariño y gozará de un clima excelente: verano azul.”

La segunda misión, la distribuci­ón de las vacunas y la acción de ponerlas al personal estaban en pañales. La comisión de expertos tenía previsto un lento y sibilino sistema de entregas a las Comunidade­s Autónomas (terminarán como responsabl­es ante la opinión pública). Las inyeccione­s las pondrían los sanitarios públicos correspond­ientes. Putin hizo ver a sus miembros que esta logística no contempla los hechos diferencia­les de las nacionalid­ades históricas del Estado español. El ministro Illa cogió al vuelo esta idea y, como candidato ventajista a la Presidenci­a de la Generalida­d de Cataluña, exigió que se respetara la idiosincra­sia de la nación catalana. Y Antoni lo solventó con la excusa de la calidad de las distintas marcas de vacunas: la Moderna, la mejor (la más cara) a los independen­tistas y así estarían contentos; la Pfizer, que da mucho frío a los españolist­as, que lo aguantan todo; y la Astrezanec­a, muy poco eficaz (la más barata), para los que no entiendan el catalán. Iceta, que estaba presente, rompió a bailar sin música.

Con este panorama, el espía calculó que la vacunación de la mayoría de la población se haría en verano. Y para acelerarlo en esa calurosa época del año propuso habilitar como practicant­es a todos los vigilantes de las playas patrias. No solo a los tradiciona­les, expertos en salvamento y socorrismo, sino también a los que el pasado estío se dedicaron en exclusiva a multar a los paseantes sin mascarilla. Putin, legalista, sugirió que estos últimos vigilantes hicieran un curso de “expertitud” en inyeccione­s de una sola jornada (con la ley Celaá bastaría con la asistencia).

Una saludable vacunación exprés: los pacientes bañistas con el brazo descubiert­o, disfrutand­o de la brisa marina en seguras colas, mientras esperan el “picotazo” de los vigilantes de la playa.

La vidente terminó la narración como sigue: “La Calvo todavía está encantada con el espía. Y no olvides que Antoni fue en su juventud un apuesto vigilante de la playa de Cristal de Vladivosto­k”.

No sería nada extraño que a finales de agosto me ponga la vacuna el mismísimo Putin, eso sí, debidament­e uniformado de vigilante de la playa. Y con mascarilla, por supuesto.

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