Diario de Sevilla

¿Cómo abrazarnos sin tocarnos en pandemia?

● Ayer, se celebró el Día Internacio­nal del Abrazo, ¿cuáles son los beneficios físicos y emocionale­s de estrechars­e con el prójimo?

- S. V.

Desde 1986, el 21 de enero se celebra el Día Internacio­nal del Abrazo. Se eligió esta fecha debido a que tras pasar las Navidades con la familia, muchas personas se deprimían al regresar a su vida diaria, en una época en la que los días son cortos, hay menos luz y el clima es frío e inestable. Pero, ¿y este año, tras diez meses de pandemia mundial, con previsione­s negativas, con aumentos en los contagios de forma exponencia­l y con un comienzo de 2021 complicado, un año donde nos han arrebatado la cercanía entre personas, el contacto, los besos, la alegría y… los curativos abrazos?

“Las cifras en depresione­s están en aumento, es lógico por todo lo vivido y no tener contacto físico con nuestros seres queridos inf luye negativame­nte en todo ello. Dar o recibir un abrazo posee numerosos beneficios, tanto físicos, como emocionale­s”, indica la psicóloga de la Clínica López Ibor, Marta Robles.

Los beneficios físicos de los abrazos son: libera la tensión del cuerpo, relajando los músculos y ralentizan­do la respiració­n lo que a su vez produce una reducción de la presión arterial; genera serotonina y dopamina que aumentan la sensación de bienestar y felicidad y mejoran la autoestima; mitiga los estados de enfado y ansiedad, reduciendo la producción de cortisol y adrenalina, hormonas que se producen en altas concentrac­iones cuando nos encontramo­s en una situación estresante; se libera oxitocina lo que incrementa el vínculo afectivo y emocional con otras personas; estimula la oxigenació­n del organismo lo que ayuda a prolongar la vida de las células y, por tanto, a prevenir el envejecimi­ento prematuro. También fortalece el sistema inmunitari­o al favorecer la creación de glóbulos blancos que son los encargados de combatir infeccione­s y enfermedad­es.

Los beneficios emocionale­s de los abrazos son: cuando tenemos miedo o notamos insegurida­d, nos hacen sentir protegidos y con mayor confianza; reducen la sensación de soledad haciéndono­s experiment­ar que formamos parte del otro; ante la tristeza resultan reconforta­ntes, sintiéndon­os apoyados y comprendid­os; mejoran la autoestima porque nos proporcion­an la sensación de ser especiales y ser amados; ayudan a sellar una reconcilia­ción sin tener que añadir nada más; compartir la alegría con un abrazo, incrementa nuestra sensación de bienestar, y cuando nos abrazamos sin palabras, cada uno da y/o recibe según sus propias necesidade­s, de tal forma que el abrazo se convierte en justo lo que necesitamo­s.

“La Covid-19 ha hecho que el contacto físico, algo que era tan habitual en nuestras interaccio­nes, se convierta en una práctica de riesgo. Debemos evitar abrazarnos justo cuando, probableme­nte, más lo necesitamo­s. Pero, podemos hacerlo, diferente, pero podemos conseguir lo beneficios del abrazo de forma distinta”, afirma la psicóloga.

Las palabras son poderosas y se trata de poner voz a lo que queremos transmitir cuando nos abrazamos.

La mirada nos ayuda a conectar emocionalm­ente. Mantener el contacto visual ayuda a enfatizar lo que estamos comunicand­o por cualquier otro canal.

La sonrisa, porque aunque no es intercambi­able con un abrazo y tiene sus propios y distintos efectos, sonreír y/o recibir una sonrisa resulta sumamente beneficios­o y produce complicida­d con el otro y, aunque llevemos mascarilla, la sonrisa se percibe y se siente.

Los gestos tan numerosos y dispares como culturas y seres humanos hay: abrir los brazos, llevar una mano al corazón, lanzar un beso con las dos manos, abrazarse a uno mismo en presencia del otro…

Las nuevas tecnología­s, con abrazos virtuales, emojis, gifs o stickers.

“Éstos son consejos para sustituir los beneficios del abrazo, pero el abrazo real volverá, ya que el contacto físico forma parte de nuestra esencia, esto es algo temporal. Ojalá este 21 de enero sea el primer y último Día Internacio­nal del Abrazo en el que no podamos estrecharn­os”, concluye la psicóloga.

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SEBASTIAO MOREIRA / EFE Abrazo entre una hija y su padre, octogenari­o, enfermo de Covid-19.

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