Diario de Sevilla

LA SANTA DE LA PUERTA DE AL LADO

- CARLOS COLÓN ccolon@grupojoly.com

HOY se celebra la Función en honor de Humildad y Paciencia, la imagen más humanament­e abatida y entristeci­da de Sevilla. Caída la cabeza, más que apoyada en una mano. Doblegada la espalda, tan herida. Desolladas las rodillas. Perdida la mirada. Señor del gran desconsuel­o, aplastado por el silencio de un Dios que parece haberle abandonado. Maestro de dolores enseñado por los que vio cuando daba consuelo a los desdichado­s del hospital de San Lázaro arrojados fuera de las murallas. Cómo pueda dar consuelo este desconsola­do y se pueda ver a Dios en este hombre de tan abatida humanidad es el núcleo mismo del cristianis­mo. Para él parecen escritas las palabras de la primera carta de San Pedro: “Cargado con nuestros pecados, subió al leño; y sus heridas nos han curado”.

Esta pequeña imagen de inmensa estatura cristológi­ca es la piedra que desecharon los arquitecto­s, la piedra en la que tropiezan los incrédulos afirmándos­e en su increencia, la roca del escándalo, del mayor y más devastador escándalo: ¿por qué Dios permite el mal y el sufrimient­o de los inocentes? A él encomiendo hoy,

Mejor que nadie que yo haya conocido, Carmen representa la santidad de la puerta de al lado del papa Francisco

no la querida, tierna, luminosa, memoria de Carmen Daza, ya toda ella pura alma, esa alma que se le salía por los ojos, tan alegres, y daba tanta luz a su sonrisa transparen­tando en la joven mujer que era la feliz inocencia de la niña que fue, sino a los suyos. Dios estuvo también, abrumado, derrotado, hundido, en el abismo de dolor en que hoy ellos están. Para que nada de lo que pueda sufrir un ser humano le sea ajeno. Para que nadie se sienta del todo abandonado por él ni aún en el más extremo sufrimient­o. Dios sintió lo que hoy sentimos cuantos quisimos a Carmen. ¿Quisimos? No, queremos. Porque vive. Pueda la fe lo que la pena hace tan difícil y hablemos de ella en eterno presente macareno.

Mejor que nadie que yo haya conocido, Carmen representa en su vida, en su enfermedad y en su muerte, esa santidad de la puerta de al lado de la que escribe el Papa: la santidad “de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios”. Parece soberbia que quienes estamos tan lejos de su santidad recemos por ella. Más bien pediremos hoy –su cuerpo junto al Gran Poder, su alma ante Dios– que sea ella quien rece por nosotros, y sobre todo por los suyos, al Señor ante y en quien vive. Fijos sus ojos, llenos de gloria, en los nuestros, llenos de lágrimas.

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