Una receta nacida en Oriente con té, microorganismos y azúcar
Rocío y Joseph cuentan en su página web que la kombucha es una bebida milenaria. Explican que kombucha significa literalmente “té de Kombu”. Y cuentan la leyenda de que Kombu fue el monje tibetano que ofreció kombucha al emperador Inkyo. Cuando éste la probó, quedó encantado con la bebida, por lo que decidió extenderla por todo su imperio. Hoy en día, es altamente consumida en países como Estados Unidos, Canadá y el norte de Europa, siendo famosa por su singular sabor y sus propiedades probióticas para el organismo. Es una bebida refrescante, con burbujas y sin alcohol. Se produce al fermentar té con un organismo llamado Scoby (Symbiotic Colony Of Bacteria and Yeast). El Scoby es un cultivo de microorganismos que metaboliza el azúcar del té, dando como resultado una bebida viva, probiótica y con reconocidos beneficios para nuestro cuerpo. Algunas marcas pasteurizan su kombucha para preservarla durante más tiempo. No es el caso de la empresa sevillana Kombucha-T, que no lo hace para que el consumidor “no se quede sin todos esos nutrientes que aportan energía y bienestar”, tal como detallan en su web. Un proceso que intentan que sea lo más natural posible, aplicando 10 días de fermentación o embotellando la kombucha a mano. Todo ello para conseguir “una kombucha premium: refrescante, saludable, deliciosa y económica”. Así la definen en su web, lugar donde la venden a todas partes del mundo.