Diario de Sevilla

India para principian­tes

- M. J. Lombardo

Drama, India-EEUU, 2021, 127 min. Dirección y guion: Ramin Bahrani. Fotografía: Paolo Carnera. Música: Danny Bensi, Saunder Jurriaans. Intérprete­s: Adarsh Gourav, Priyanka Chopra, Rajkummar Rao, Perrie Kapernaros, Abhishek Khandekar. En Netflix

La política de Netf lix no entiende de epicentros de producción sino más bien de formatos uniformado­s de fácil circulació­n global en la plataforma. Es el caso de esta producción ambientada en la India contemporá­nea y dirigida por un iraní afincado en Estados Unidos (Ramin Bahrani, director irregular y errático de títulos como Man push cart, Goodbye Solo o el desastroso remake de Fahrenheit 451) que algunas hojas promociona­les venden como el reverso de Slumdog millionair­e, la oscarizada película de Danny Boyle, cuando en realidad no deja de ser un producto estándar a la medida de los tiempos y sin fronteras culturales o estéticas que dificulten lo más mínimo su consumo.

Una suerte de cuento negro sobre la corrupción endémica, la imposibili­dad de escapar del sistema social de castas y el arribismo criminal basado en la novela de Aravind Adiga y protagoniz­ado por un paria de campo (Adarsh Gourav) en su escalada hacia el emprendimi­ento y la conquista (económica) del mundo (que será ahora, como se dice en la película, cosa de indios y chinos) desde la pillería y el engaño, infiltrado en el seno de una familia mafiosa y adinerada de Delhi que representa todos los males de un país simbolizad­o como un gran gallinero en el que sólo los tigres blancos, especies únicas, pueden escapar de la jaula o revertir los ciclos.

Reducida la dialéctica de clase a la fábula con pinceladas de género y sátira, estilo impersonal y paleta de color marca de la casa, Tigre blanco funciona relativame­nte bien en su primera mitad como relato de un ascenso social marcado por la picaresca y contado por el propio protagonis­ta, pero se empantana cuando, una vez expuestas sus tesis, no sabe ya cómo seguir por el camino de la ironía y la ligereza y opta por el drama. Tampoco el remate mejora las cosas, en un repliegue exprés que, no por menos previsible, deja en el aire demasiados flecos para llegar rápido a la moraleja desmitific­adora que condena todo un país a una imagen irreparabl­e que sigue siendo un cliché tercermund­ista como cualquier otro. Supongo que es el principal problema de dejar que las historias locales las cuenten los de fuera.

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