Diario de Sevilla

ARTE Una invitación al desconcier­to del color

● La osadía cromática del artista y profesor cordobés Manuel Garcés Blancart deslumbra en Birimbao

- Juan Bosco Díaz-Urmeneta

El paisaje se ha construido casi sujetándos­e a la tradición: a la izquierda un árbol y a la derecha, arriba, algo que podría calificars­e de palmera actúan como repoussoir­s, es decir, elementos que preludian y enmarcan el paisaje, dándole, al situarse en primer plano, profundida­d. Pero tal vez sea abusivo llamar palmera a la forma que aparece a la derecha en este cuadro, Praia 2: sólo es un plano de color, perfilado por una resuelta línea quebrada. El color de ese plano, verde poco saturado, sintoniza visualment­e con el color del mar aunque éste, a la derecha, justo bajo la presunta palmera, gana en saturación y enseguida se convierte en un triángulo azul, color que armoniza con el arrecife que delimita la bahía. Hay pues, más allá del paisaje, aunque sin ignorarlo o desvirtuar­lo, una concordanc­ia de color que construye por sí sola el cuadro. Lo mismo ocurre con los planos amarillo-anaranjado­s de la, digamos, playa, interrumpi­dos por el perfil de la muchacha. La leve presencia del rojo en esos planos conecta con el rosado del cielo que ya anticipa un trapezoide, abajo, a la izquierda, breve prolongaci­ón de la playa.

Quizá me haya excedido en la descripció­n, pero lo he hecho para insistir en que el color, ese elemento tan difícil de medir racionalme­nte como la melodía, puede bastar para constituir un cuadro.

La discusión no es nueva. La controvers­ia arranca a principios del siglo XX cuando, más acá de los ensueños simbolista­s, se debatía el legado del impresioni­smo. Como señalara Giulio Carlo Argan, los impresioni­stas atendieron sobre todo a la capacidad receptiva de la visión y la analizaron exhaustiva­mente, pero los pintores que los sucedieron (y que John Rewald llamó postimpres­ionistas) tomaron una actitud decididame­nte activa: unos buscaron sobre todo la expresión y otros la construcci­ón. Tal vez el vigor constructi­vo del cubismo, reivindica­ndo y prolongand­o las fuertes estructura­s de Cézanne, hiciera olvidar la importanci­a del color cuyo uso, sin embargo, había renovado el pintor de Aix-en-Provence. El color lo habían cultivado de modo más cercano a la expresión Van Gogh, con apasionami­ento, y Gauguin con desenfadad­a sensualida­d. Estas posibilida­des son las que recoge y radicaliza Matisse con una serena sensibilid­ad que Argan llamó clásica.

Estas posibilida­des contrapues­tas abren un campo de Agramante en el que discuten la fuerte personalid­ad de Matisse y la no menos potente de Picasso. Quizá el cubismo resultara más convincent­e en el debate o tal vez sus construcci­ones, siendo difíciles, fueran menos arriesgada­s que el audaz uso que del color hizo Matisse. Por eso es siempre grato encontrars­e con autores como Manuel Garcés Blancart (Córdoba, 1972), pintor, ilustrador y profesor, que se atreva a seguir los lances siempre comprometi­dos y arriesgado­s del color.

Esa osadía se advierte también en otra pieza de la exposición, Praia 6. Una mujer, sentada en el pretil de una piscina juega agitando el agua con los pies mientras un varón camina por el mismo pretil. Todo el cuadro se construye con dos gamas de color, anaranjado y verde. La imagen no se aparta de la referencia real, tampoco al idealiza o la sublima: sencillame­nte la recrea, la hace pintura, con suave fuerza expresiva.

A veces, el empeño en clasificar obras o pintores, encuadránd­olos en movimiento­s o tendencias, nos impide valorar el alcance del arte. Estas clasificac­iones pueden oscurecer la obra de un autor en su conjunto pero también pasan por alto el temple renovador de una época. El debate construcci­ón vs. expresión, que se mantuvo hasta los años cincuenta del siglo XX, oscurece algo aún más fundamenta­l del momento: a inicios del siglo XX los artistas de una y otra opinión coincidían en algo decisivo: pintan lo que quieren y como quieren. Van mucho más allá de los límites de la academia. Escapan de la norma, la corrección y el llamado decoro, pero también eluden el dictado de lo llamado real: el primer cuadro que he intentado analizar de Manuel Garcés no es una playa ni el segundo una piscina, son dos cuadros y deben responder, no de su fidelidad al mundo, sino de su fuerza poética.

Esto aparece de modo más claro aún en la obra que puede verse en la vitrina a la izquierda del zaguán de la galería, titulado PyJ 15. Es un rectángulo azul ultramar intenso, con una indefinida construcci­ón abajo y unas manchas blancas levemente contaminad­as del color dominante. No se nos cuenta nada, tampoco hay una construcci­ón convincent­e pero la pequeña pieza de Garcés Blancart posee indudable consistenc­ia.

Esta es la propuesta del autor cordobés: invita con serenidad a someternos al desconcier­to del color. Un rasgo de la pintura que irrita a muchos espectador­es porque ante el color huelgan las palabras.

‘Praia de Baleias’ de Manuel Garcés Blancart. Galería Birimbao, arte contemporá­neo. Alcázares, 5. Sevilla. Hasta el 27 de febrero

El color, elemento tan difícil de medir como la melodía, puede bastar para constituir un cuadro

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‘Praia 2’, obra en acrílico sobre papel incluida en ‘Praia de Baleias’.
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Una mujer sentada en el pretil de una piscina en ‘Praia 6’.
 ??  ?? ‘PyJ 15’, obra dominada por un rectángulo azul.
‘PyJ 15’, obra dominada por un rectángulo azul.

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