Diario de Sevilla

CIENCIA Y POLÍTICA. EL EJEMPLO DEL NUTRI-SCORE

- FEDERICO SORIGUER

Médico. Miembro de la Academia Malagueña de Ciencias

SE imaginan una escala de valoración de los alimentos en la que la Coca Colazero puntúe por encima del aceite de oliva virgen (AOV)? Pues es esto, precisamen­te, lo que está a punto de ocurrir si el Ministerio de Consumo dirigido por el señor Garzón, autoriza el NutriScore, un sistema de calificaci­ón –como un semáforo con 5 colores y 5 letras–, que irá colocado frontalmen­te en el etiquetado de los alimentos. El sistema se desarrolló en 2005 por un equipo de investigac­ión de Oxford y fue validado por la FSA (Food Standards Agency británica). En 2017 una revisión publicada por un grupo de científico­s y nutricioni­stas españoles, avaló la introducci­ón del Nutri-Score en España y ahora el Ministerio de Consumo parece dispuesto a implementa­rlo. Sin embargo, las cosas no están tan claras cuando el algoritmo, pues de eso se trata, se mira con ojos críticos y es esto lo que han hecho un grupo muy numeroso de científico­s y nutricioni­stas españoles.

La prensa de estos días se ha hecho eco de dos comunicado­s firmados cada uno de ellos por más de un centenar de expertos españoles, unos a favor y otros cuestionan­do la convenienc­ia de que, en el formato actual, se introduzca el Nutri-Score en el mercado español. Es lo que ocurre en la ciencia cuando aborda cuestiones que van más allá de sus capacidade­s. Lo que ocurre, en fin, cuando se intenta reducir la complejida­d a un semáforo. Fue Einstein el que dijo algo así como que “hay que intentar simplifica­r todo lo posible, pero ni un milímetro más”, porque puede ocurrir que en el empeño de higiene se vaya el niño por la bañera, como se suele decir. Y es esto precisamen­te lo que puede ocurrir con el AOV si se aprueba el NutriScore. Nadie niega la buena intención de los promotores españoles, ni que en los estudios poblaciona­les realizados el algoritmo haya contribuid­o a que una discreta proporción de los probandos, hagan una elección más saludable de los alimentos. Pero de buenas intencione­s esta el infierno lleno.

Una de las batallas que la agricultur­a mediterrán­ea estaba ganando es el del reconocimi­ento mundial del valor salutífero de la dieta mediterrán­ea. ¡Y no hay dieta mediterrán­ea sin AOV¡ Al (re)conocimien­to del valor biológico del AOV y de la dieta mediterrán­ea, ha contribuid­o de manera muy importante la investigac­ión científica española. Es algo de lo que podemos estar orgullosos. Estudios como el Predimed, junto a los de otros muchos grupos clínicos, epidemioló­gicos y experiment­ales, con su trabajo ininterrum­pido desde hace décadas, han sido fundamenta­les para que la dieta mediterrán­ea sea reconocida como una de las dietas más saludables del mundo y, por añadidura, como patrimonio inmaterial de la humanidad por la Unesco. Y son precisamen­te estos logros los que se tiran por la borda con el aplauso a la introducci­ón del Nutri-Score en el mercado español. En el mercado agroalimen­tario la guerra es mundial. Muy especialme­nte, en el mercado de las grasas. Los defensores del NutriScore los saben, pero parecen ignorarlo, como parecen ignorar también aspectos muy confusos del mismo, consecuenc­ia de una aplicación ciega del algoritmo, como la positiva calificaci­ón de algunos alimentos ultraproce­sados o de bebidas como la Coca Cola-zero, cuya contribuci­ón a la educación alimentari­a de la población, es más que dudosa. O la sonora ausencia en el algoritmo de la contribuci­ón de los alimentos a la huella de carbono, informació­n imprescind­ible para una dieta termodinám­icamente sostenible, olvido imperdonab­le en cualquier tecnología agroalimen­taria que se quiere imponer en el siglo XXI, donde el cambio climático es el más importante reto de la humanidad. El Nutri-Score es un ejemplo de sesgo cultural.

Un algoritmo de este tipo hecho en España (o en Italia o en Grecia) jamás hubiese incurrido en estos errores. La alimentaci­ón y la agricultur­a son uno de los patrimonio­s que mejor definen a una comunidad. El mercado lo sabe y no oculta sus intereses. La ciencia también debería saberlo. El conocimien­to científico es objetivo y universal pero ni las preguntas científica­s ni los resultados o conclusion­es son neutrales. Las relaciones entre ciencia, mercado y poder político son bien conocidas y forman parte de la naturaleza de las cosas. Decía Cajal hablando de la guerra de España contra EEUU que éramos tan ignorantes que hasta desconocía­mos la fuerza de nuestros enemigos. Si hasta el siglo XIX los mercados iban detrás de los ejércitos, hace ya tiempo que los mercados van detrás de los científico­s e intentan marcarles el paso.

Los científico­s españoles que apoyan la introducci­ón del NutriScore sin duda son bien intenciona­dos e incluso algunos han contribuid­o con sus estudios a identifica­r a la dieta mediterrán­ea como una de las más saludables del mundo. Hasta cantan como una victoria (ciertament­e pírrica) que se haya conseguido que el AOV pase de la categoría D a la C (de suspenso alto a suspenso bajo). Pero la buena intención es compatible con una benevolent­e ingenuidad, como la que lleva por ejemplo a algunos de los científico­s a firmar los dos documentos. Sin duda su presencia en una de las dos declaracio­nes debe ser un error, pero nunca sabremos de cuál de ellos se trata (¡). Una ingenuidad que parecen haber contagiado al señor ministro de Consumo, que no habiendo podido asaltar los cielos parece dispuesto a hacer la reforma agraria andaluza con el NutriScore en la mano (y disculpen la ironía).

Los logros de la investigac­ión sobre el aceite de oliva virgen se tiran por la borda

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