Diario de Sevilla

MORRIS Y LOS MORROS DE LA VENENO

- Escritor CÉSAR ROMERO

SI el transcurso del tiempo cambia algo, más que costumbres y vigencias, es la percepción del pasado. Hechos que uno vivió son contados ahora por quienes no los vivieron de tal forma que hacen dudar si en verdad no nos dimos cuenta de lo que pasaba o, llevados por el río del tiempo, tan caudaloso cuando se va, no calibramos el alcance de una noticia o el largo calado de un suceso que tendimos a subestimar taciturna, perezosame­nte. Por más que fuéramos consciente­s de la valentía de aquel ciudadano chino que quiso intercepta­r, sólo con dos bolsas y una heroica soledad, la invasión de los tanques de la plaza de Tienanmen, o del atrevimien­to del joven Mathias Rust, que aterrizó su avioneta frente al Kremlin una tarde de mayo cuando Rusia aún era soviética, asistir al revival y casi canonizaci­ón de una figura como la Veneno, hace pensar, a quienes tantas noches veinteañer­as vimos aquel programa del artificios­o Pepe Navarro, si en verdad lo que creíamos un mero entretenim­iento, a veces procaz, otras picante y las más soez, fue eso o fue, como ahora parece contarse, una lucha de alguien por su propia dignidad, un ejemplo en la copiosa historia de los marginados por dejar de estar a un lado.

Y no. Más allá de la gracia y las desgracias que un personaje como la Veneno viviera en carne propia, tornarlo bandera de un movimiento tan inatacable como no siempre intachable, o un icono, o un modelo, es tergiversa­r la realidad. La Veneno fue un transexual cuya vida no fue fácil, aunque transcurri­era en una época y un país que ya hubieran querido para sí miles de mujeres nacidas en cuerpo de hombre antes (y aún hoy, en tantos lugares del mundo). Fue uno de los muchos juguetes rotos que deja el espectácul­o televisivo (y quizá sobre el adjetivo).

A finales de noviembre pasado, con noventaicu­atro fecundos años, murió Jan Morris, una escritora galesa. Morris nació en 1926 como James Morris. Soldado en la Segunda Guerra Mundial, se casó con su novia y tuvo varios hijos, contó el ascenso de Edmund Hillary al Everest, viajó por medio mundo, España incluida, escribiend­o sobre él. En 1972, en Casablanca, se sometió a una arriesgada operación de cambio de sexo. Desde entonces siguió conviviend­o con quien había sido su esposa, en una relación tan enigmática como asombrosam­ente perdurable que superó todos los obstáculos (volvieron a casarse al ser legalizado el matrimonio homosexual). Donde hubo que contar o poner el foco sobre la transexual­idad, allí estuvo Jan Morris, con las armas de su vivencia y sus palabras. Tal vez hubiera cambiado sus tiempos por los de la Veneno, pero arrostró los que le tocaron con una dignidad pasmosa, viviendo algo más de la mitad de su vida conforme a su condición y sin renunciar a su historia anterior. Jan Morris ya era alguien ejemplar cuando la Veneno paseaba su soez personaje por la televisión nocturna, cuente ahora la ficción, y la realidad inventada, lo que quiera contar.

La Veneno fue uno de los muchos juguetes rotos que deja el espectácul­o televisivo

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