Diario de Sevilla

LA AGONÍA DEL COMERCIO DE SANTA JUSTA

- CARLOS NAVARRO ANTOLÍN cnavarro@diariodese­villa.es

LAS hamburgues­as, los recuerdos, las baratijas, las chucherías, la copita de manzanilla de marca comercial con el montadito franquicia­do... Ninguno de esos productos puede usted degustar o comprar en una estación con alta velocidad de España como es Santa Justa, la que se supone que es la cuarta capital de España. La estación se ha venido abajo. Es una continuaci­ón del cementerio de tiendas de toda la ciudad. Persianazo­s y silencios sin fecha de retorno. Tampoco es que nunca fuera un lugar al que acudir a merendar o almorzar mientras se contempla la llegada del Superpato procedente de Atocha, donde en tiempos de la Expo del Agua llegaba tras salir de Zaragoza, ¿verdad Antonio Silva?. Los negocios de Santa Justa nunca han estado enfocados ni al sevillano, ni a atender con rapidez al cliente. Usted se pone, o se ponía, en cola para pedir un desayuno cuando la espera era más larga que para sacar las entradas de una final de Champions; pedía un café con media con aceite, un menú básico donde los haya en la hostelería hispalense de 07 a 11:00, ¿verdad?, pues la persona responsabl­e de atenderle le decía que “un momentito, ¿vale?”. Y en ese “vale” tiene usted que humillarse más que un jandilla un Jueves de Feria con permiso de Elías Bendodo. Esta persona no le atenderá hasta que termine de preparar el manchado del cliente anterior, pese a que la máquina de café permita la elaboració­n de seis a ocho tazas a la vez; termine de tostar el pan, coloque el aceite, los cubiertos de plástico y el vasito de agua, le pregunte por segunda vez si quiere el tomate en rodajas o natural, y le cuestione por el número de las servilleta­s. Después preparará el tícket, cobrará y entregará el cambio, mientras la cola crece y crece. Los buenistas de guardia, paladines del pensamient­o correcto, se crisparán al leer estas cosas, porque en el fondo cuando ellos padecen estas negligenci­as no lo dicen, pero les encantaría poder denunciar estas situacione­s. No tienen lo que hay que tener para pedir más formación del personal y más contrataci­ones. Y mientras, la estación se degrada a pasos agigantado­s y aumentan los persianazo­s, que siempre conllevan una destrucció­n del empleo. Si tienen que coger un tren por la mañana, procuren ir desayunado­s. No les recomiendo hacerlo en Santa Justa, salvo que vayan con mucho tiempo de sobra, por mucho que los buenistas de cuota se crispen con esta afirmación. En Santa Justa hay pocos negocios y, además, con colas absurdas e inexplicab­les. Yo llevaría a los camareros del Blanco Cerrillo, la Viña o el Duque a dar clases a los de la estación. Obra de misericord­ia es enseñar al que no sabe, con permiso de los buenistas, que no enseñan nada.

Se cierran los negocios mientras en las poquísimas cafeterías que quedan falta el oficio de los buenos camareros

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