LA AGONÍA DEL COMERCIO DE SANTA JUSTA
LAS hamburguesas, los recuerdos, las baratijas, las chucherías, la copita de manzanilla de marca comercial con el montadito franquiciado... Ninguno de esos productos puede usted degustar o comprar en una estación con alta velocidad de España como es Santa Justa, la que se supone que es la cuarta capital de España. La estación se ha venido abajo. Es una continuación del cementerio de tiendas de toda la ciudad. Persianazos y silencios sin fecha de retorno. Tampoco es que nunca fuera un lugar al que acudir a merendar o almorzar mientras se contempla la llegada del Superpato procedente de Atocha, donde en tiempos de la Expo del Agua llegaba tras salir de Zaragoza, ¿verdad Antonio Silva?. Los negocios de Santa Justa nunca han estado enfocados ni al sevillano, ni a atender con rapidez al cliente. Usted se pone, o se ponía, en cola para pedir un desayuno cuando la espera era más larga que para sacar las entradas de una final de Champions; pedía un café con media con aceite, un menú básico donde los haya en la hostelería hispalense de 07 a 11:00, ¿verdad?, pues la persona responsable de atenderle le decía que “un momentito, ¿vale?”. Y en ese “vale” tiene usted que humillarse más que un jandilla un Jueves de Feria con permiso de Elías Bendodo. Esta persona no le atenderá hasta que termine de preparar el manchado del cliente anterior, pese a que la máquina de café permita la elaboración de seis a ocho tazas a la vez; termine de tostar el pan, coloque el aceite, los cubiertos de plástico y el vasito de agua, le pregunte por segunda vez si quiere el tomate en rodajas o natural, y le cuestione por el número de las servilletas. Después preparará el tícket, cobrará y entregará el cambio, mientras la cola crece y crece. Los buenistas de guardia, paladines del pensamiento correcto, se crisparán al leer estas cosas, porque en el fondo cuando ellos padecen estas negligencias no lo dicen, pero les encantaría poder denunciar estas situaciones. No tienen lo que hay que tener para pedir más formación del personal y más contrataciones. Y mientras, la estación se degrada a pasos agigantados y aumentan los persianazos, que siempre conllevan una destrucción del empleo. Si tienen que coger un tren por la mañana, procuren ir desayunados. No les recomiendo hacerlo en Santa Justa, salvo que vayan con mucho tiempo de sobra, por mucho que los buenistas de cuota se crispen con esta afirmación. En Santa Justa hay pocos negocios y, además, con colas absurdas e inexplicables. Yo llevaría a los camareros del Blanco Cerrillo, la Viña o el Duque a dar clases a los de la estación. Obra de misericordia es enseñar al que no sabe, con permiso de los buenistas, que no enseñan nada.
Se cierran los negocios mientras en las poquísimas cafeterías que quedan falta el oficio de los buenos camareros