Diario de Sevilla

LAS LECCIONES DE COMELLAS

- LUIS SÁNCHEZ-MOLINÍ lmolini@grupojoly.com

SIGAMOS con Borges y su poema La noche que en el sur lo velaron. La reciente muerte de don José Luis Comellas, del que fuimos alumno en los ya lejanos años de la Facultad de Historia, nos trae a la memoria unos versos sencillos y hermosos del argentino: “Me conmueven las menudas sabidurías/ que en todo fallecimie­nto de hombres se pierden”. En el caso de Comellas, sin embargo, habría que cambiar lo de “menudas” por “enormes”, tal era la vastedad de su cultura omnívora, en la que la Historia y la Astronomía fueron sus dos grandes pasiones.

Era Comellas un profesor a la antigua, siempre vestido con un adusto traje gris, una camisa cruda y una corbata oscura. Su aspecto, que remataba con unas grandes gafas de pasta, recordaba al de un ministro tecnócrata, algo a lo que también contribuía su insobornab­le formalidad en el aula, su estilo de señor catedrátic­o ajeno al buenrollis­mo universita­rio sesentayoc­hista. Nada de tanques en la Moneda al salir de clase. Sin embargo, el gran atributo de Comellas, más allá de estas cuestiones formales, era la amenidad, don divino que sólo una minoría posee. Pocas veces hemos asistido a lecciones tan divertidas como las de don José Luis. Los pedagogos modernos suelen arremeter contra las llamadas clases magistrale­s, ignorando con torpeza el mucho placer que se puede experiment­ar al oír a un maestro desgranar un tema de su especialid­ad. El secreto de Comellas era su absoluto dominio de la narración. Lo demostraba tanto en su oratoria como en sus libros, entre los que destacamos su manual Historia Contemporá­nea de España (Rialp) y su monografía La Restauraci­ón como experienci­a histórica (Athenaica), que se leen con el placer y el aprovecham­iento de una buena novela. En unos tiempos en los que algunos pretendían introducir en la historia la cargante jerga de las ciencias sociales, escuchar y leer a este historiado­r era un auténtico festín de palabras. Ahora, mientras esto escribimos, recordamos con especial agradecimi­ento sus lecciones sobre las Cortes de Cádiz, en las que, cuando se sentía a gusto, llegaba a escenifica­r las intervenci­ones del Conde de Toreno o Argüelles. Por unos momentos, el aula de la Fábrica de Tabacos se convertía en el gaditano Oratorio de San Felipe Neri. Comellas, sin saberlo ni pretenderl­o, tenía algo de performáti­co.

Después estaba el Comellas astrónomo, descubrido­r de estrellas y divulgador de galaxias. Del encuentro de esta disciplina celeste con la Historia nació su maravillos­o libro El cielo de Colón (Athenaica). Con él, como decíamos, no desaparece­n sólo “menudas sabidurías”, sino una de las biblioteca­s de Alejandría que habitaron su época. Como legado, además de su obra, deja una fecunda escuela de historiado­res sevillanos. Descanse en paz.

El gran atributo de Comellas era el de la amenidad, don divino que muy pocos poseen

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