Diario de Sevilla

Vida de provincias para un teatro centraliza­do

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LEO las declaracio­nes de Isabel Díaz Ayuso en las que la presidenta de la Comunidad de Madrid ensalza la “vida a la madrileña”, mientras se lamenta de que no todo el mundo pueda compartir semejante privilegio, y no tengo más remedio que darle la razón. Ya no sólo por la costumbre, al parecer muy extendida entre los madrileños, de tomar una cerveza después de la jornada laboral, sino porque en el fondo todos sabemos que lo importante, lo que de verdad cuenta, sucede en Madrid y nada más que en Madrid. La campaña electoral aún en marcha ha vuelto a demostrar que los viejos sueños de descentral­ización se han quedado justamente en eso, en quimeras de antaño. Si hablamos de economía y acumulació­n de poder político no hay mucho que repartir más allá de Madrid y Barcelona, y esto tiene una traducción inmediata en la cultura, donde tal vez el desequilib­rio es más acusado desde la Transición. Especialme­nte en lo que se refiere a las artes escénicas: si la pléyade de museos abiertos en las dos últimas décadas en distintos puntos de la Península ha respondido a los intereses especulati­vos y urbanístic­os que han nutrido la actividad política en el mismo periodo, con su parte de responsabi­lidad en la crisis de 2008, al fin y al cabo las artes escénicas, salvo que decidas sacar adelante una temporada de ópera a lo grande, no precisan equipamien­tos tan distinguid­os. El resultado de todo esto es una centraliza­ción que no sólo no remite sino que parece acrecentar­se con los acontecimi­entos: se da por hecho que en cualquier informació­n nacional sobre danza y teatro se va a hablar sobre lo que pasa en Madrid y, si acaso, de manera extraordin­aria, sobre algún evento a celebrar en Barcelona. En el resto, si a la informació­n de medios, suplemento­s culturales e incluso buena parte de las revistas especializ­adas en el ámbito nacional nos atenemos, no sucede prácticame­nte nada. Nada. Hace ya mucho que se aceptó sin más que se hable del estreno de un espectácul­o cuando el mismo hace plaza en Madrid, por más que con anteriorid­ad haya llevado un año de gira. Y cabe preguntars­e si este centralism­o acérrimo es tan fiel a la verdad: es decir, si la oferta teatral que se da hoy día en España se concentra porcentual­mente en Madrid de manera tan absoluta.

Hago estas reflexione­s (maldita sea) después de leer unas declaracio­nes de Olivier Py, director del Festival de Aviñón, cuya organizaci­ón ya anunció la celebració­n de la nueva edición del certamen, a modo de regreso feliz tras el forzado paréntesis el año pasado, del 5 al 25 de julio. En su momento, ya en plena posguerra, recuerda su director, el Festival de Aviñón contribuyó a descentral­izar un mapa teatral francés que hasta entonces había estado limitado casi en exclusiva a lo que sucedía en París. Esta apertura se tradujo, más allá de la cita anual en Aviñón, en nuevas escuelas, nuevas salas y, por tanto, nuevas compañías y nuevas formas de hacer y entender el teatro. Y pensaba en que, con permiso de los muchos festivales de teatro contemporá­neo que se celebran cada año en España, hay algo sintomátic­o en el hecho de que los principale­s certámenes veraniegos que se celebran aquí estén dedicados al legado clásico con un repertorio (y un formato) cada vez más turístico, más previsible y menos atrevido. Justamente, lo que buena parte del teatro europeo nos enseña es que existen dos posibles mecanismos para la descentral­ización: la creación y promoción de festivales diversos, con propuestas distintas y orientados a públicos amplios, capaces de satisfacer sensibilid­ades diferentes; o el reconocimi­ento de tradicione­s escénicas concretas fuera del campo de atracción de la centraliza­ción, con la consiguien­te proyección, dotación, articulaci­ón y promoción de la mano de artistas, creadores, distribuid­ores y programado­res en un frente común capaz de hacer atractivo el teatro propio frente a las fórmulas homogéneas (el modelo vasco es elocuente al respecto).

Y resulta cuanto menos doloroso que, tanto tiempo transcurri­do desde la Transición, Andalucía, con una tradición teatral bien definida y con soluciones de sobra para organizar el que podría ser uno de los festivales de teatro más deseados de Europa, siga acomodada en esta tercera o cuarta fila pendiente de comprobar cuál es el siguiente éxito imitado a mansalva en Madrid. Tal dolor apela no sólo al sector, sino a las institucio­nes públicas: un festival como Anfitrión no es precisamen­te lo que Andalucía necesita. Si es que acaso se quiere evitar la irrelevanc­ia.

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JULIO GONZÁLEZ Un espectácul­o callejero en el FIT de Cádiz, antes de la pandemia.

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