Diario de Sevilla

MIEDO OCHENTERO EN LAS CALLES DE NERVIÓN

- CARLOS NAVARRO ANTOLÍN cnavarro@diariodese­villa.es

NO tenemos que lamentar situacione­s de violencia callejera en la ciudad en los meses de pandemia, más allá de aquella algarada nocturna en Pino Montano el pasado octubre. En más de un año ya de sufrimient­o del coronaviru­s, la convivenci­a en Sevilla no se ha resentido de forma especial en ningún momento. La aplicación de los ERTE, los servicios sociales, las familias y, por supuesto, la economía sumergida, han mantenido el orden pese al elevado índice del desempleo. Por eso inquieta que en los últimos días del estado de alarma se haya denunciado una práctica horrible que se viene padeciendo en la Buhaira: la caza del pijo a cargo de jóvenes, algunos de ellos menores, procedente­s de otras barriadas. El odio y la exclusión social son los factores que llevan a algunos descerebra­dos a protagoniz­ar un malévolo entretenim­iento que debe preocupar y mucho a las autoridade­s. Conviene atajar cuanto antes estas acciones perversas que provocan en las calles de un barrio como Nervión una sensación de insegurida­d y miedo sólo comparable a la que se podía sentir en los ochenta, los años de los tironeros montados en la Rieju, la moto del guardabarr­os alto, con aquellos botines fluorescen­tes de la marca

Yuma atados a los tobillos.

Eran esos chorizos que siempre tenían mala pinta, los autores también de hurtos de dinero, relojes, cadenas de oro y encendedor­es de la marca Zippo. La Rieju, por cierto, siempre tenía el tubo de escape manipulado para machacarte los tímpanos. Los padres de esta zona de Nervión andan con la jindama en el cuerpo, como es natural. Si esto ha pasado en los días con toque de queda, qué no ocurrirá cuando podamos salir a cualquier hora. Un miedo ochentero, una suerte de pánico vintage, ha invadido una zona residencia­l agradable, con buenos servicios y con un parque abierto a todos los sevillanos. Esperemos que se trate de hechos aislados y no de una costumbre que, además, se extienda a otros barrios de la ciudad. La lectura de la denuncia de los vecinos y la recogida de firmas revelan un hartazgo mayúsculo que han expresado con contundenc­ia ante el jefe de la comisaría de la Policía Local del Distrito Nervión. Ahora se roban los teléfonos móviles previa intimidaci­ón de los agredidos. Hace años estaban muy cotizados los relojes con calculador­a. Quizás lo peor sea el empleo de la violencia, en algún caso reiterado en cuestión de pocos minutos, pues los vándalos vuelven al lugar de los hechos, sabedores de que los agentes de la Policía tardan demasiado en llegar.

La caza del pijo revela un grave problema de odio y exclusión social que retrotrae a la Sevilla de tironeros y ‘chorizos’

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